domingo, 14 de agosto de 2011

Una visita al Valle del Guadiana

Domingo 7 de agosto de 2011

Abelardo Ahumada

México es un país con variadas y hermosas regiones geográficas, aunque algunas de ellas sean más inhóspitas que otras, y por lo mismo, menos pobladas.

Durante la última semana del mes de julio, ocho integrantes de la Asociación de Cronistas de Pueblos y Ciudades del Estado de Colima tuvimos la oportunidad de trasladarnos a las dilatadas llanuras del norte de nuestro país, para participar en el XXXIV Congreso de la Asociación Nacional de Cronistas de Ciudades Mexicanas, que se verificó del 27 al 30 del mencionado mes en la ciudad de Durango, Dgo., enclavada en el oeste del muy fértil y extenso Valle del Río Guadiana, en la entidad que antiguamente se conoció como la Provincia de Nueva Vizcaya.

Este redactor ya había estado dos veces de visita en dicha ciudad: una en octubre de 1967, y otra en agosto de 1994, ambas yendo en autobús; pero soñaba esta vez con poder viajar manejando para poder detenerse a observar los puntos que le parecieran más interesantes y bellos, y tomar algunas fotografías que les pudiera luego aquí compartir a nuestros lectores.

Me programé, pues, para viajar en auto pese a recibir desalentadores consejos y noticias en contra, en las que se me decía que estaría exponiendo a mis acompañantes (mi esposa y un hijo) a que nos asaltaran o hasta que nos balearan los delincuentes que, según ellos, asolan las carreteras de aquel estado. Persistí, sin embargo, sobre la idea, y ahora debo decir con gusto, en descargo de los duranguenses, que no sólo no vimos ningún incidente negativo durante los seis días que permanecimos en su capital, sino que nos atendieron maravillosamente, y lo mismo nos fue durante los recorridos de ida y vuelta que tuvimos que hacer.

Hicimos la ida en jornada doble, pernoctando por aquello de las dudas en Zacatecas. Pero desde allí salimos a las 8:30 horas y a las 12:20 exactas trastumbamos una pequeña serranía y comenzamos a ver una parte de las 70 mil hectáreas de que consta el legendario Valle del Guadiana.

Antes de llegar allá, sin embargo, pasamos por un lado de Fresnillo, Zac., donde comenzamos a ver las dilatadas, atemorizantes y ciertamente muy hermosas llanuras del norte, bordeadas en la lejanía por los que parecen ser diminutos cerros azules. Pasamos también por el pueblo de Río Florido, gran productor de uvas, donde venden las bolsas de a kilo en la carretera a sólo 10 pesos. Seguimos después, por un territorio cada vez más seco y desolado hasta llegar al pueblo minero de Sombrerete, enclavado en parte en una hondonada ligeramente húmeda, pero encaramado en otra sobre unos cerros pelones de pura roca viva coloreada de minerales.

Al rato, ya casi en Durango, pasamos por la Sierra de Órganos, una sierra paisajera de vegetación pinácea de reducidas proporciones, y un poco después de las 11 entramos a un bonito pueblo duranguense que, tal vez por ser un verdadero oasis, algún fraile sediento de los que anduvieron evangelizando a los indios nómadas de aquella región, bautizó como Nombre de Dios.

01.- La avenida 20 de Noviembre, la principal y una de las más hermosas de Durango.

A las 12:30 ya estábamos en plena ciudad. Cubierta ahora con muchas, muy amplias y muy modernas avenidas. Inmediatamente noté que desde la última ocasión en que estuve allí los sucesivos gobiernos estatales y municipales, y no pocos inversionistas particulares han invertido considerables sumas de dinero para modernizar y hermosear la ciudad y su centro histórico, que está lleno de joyas arquitectónicas de la época colonial y de los siglos XVIII y XIX.

Derivado precisamente de esto último, uno de los cronistas duranguenses con los que nos tocó platicar, nos dijo que en el 2010 el corazón de su ciudad fue declarado por la UNESCO Patrimonio Cultural de la Humanidad. Declaración que me pareció válida en todos los sentidos, según todo lo que pudimos apreciar durante nuestra permanencia allá.

La Catedral es una verdadera obra de arte y, a la par, una de las más grandes iglesias del norte de nuestro país. Y todo eso se entiende también debido a que Durango es la ciudad colonial más antigua de toda aquella vasta y semidespoblada región, en la que a veces tiene uno que recorrer decenas de kilómetros para encontrar un solo ranchito perdido como quien dice en las aparentemente infinitas llanuras.

Las calles principales del centro (a las que vimos pletóricas de gente tranquila, relajada, sin miedo, caminando incluso en altas horas de las noches) son una preciosidad, puesto que están llenas de edificios elegantes, bien hechos, que fueron construidos como para presumir. La mayor parte de ellos parecen haber sido erigidos con bloques de cantera rosa, blanca y gris. Se nota que hubo muchísimo dinero cuando fueron construidos, y ahora, iluminados como están por las noches, mediante luces que resaltan sus fachadas, son una delicia para contemplar.

No voy a referirme aquí a los detalles del Congreso Nacional de Cronistas al que asistimos, porque tal vez a nuestros lectores les pudiesen interesar más las descripciones que pudiera seguir haciendo de Durango y sus alrededores. Pero sería un mal agradecido si no dijera (y si no reconociera en público) que los organizadores del congreso se sacaron un diez de calificación, y que nos trataron como a visitantes distinguidos, llevándonos a conocer sus mejores y más bonitos lugares, y ofreciéndonos verdaderos banquetes en las cenas y comidas que nos brindaron.

02.- Cronistas de Ojo Caliente, Zac., Iguala, Gro. y Cuauhtémoc, Col., portando sus sombreros típicos.

Sesionamos casi todo un día en el viejo casco de la ex hacienda de La Ferrería (en cuyos hornos de llevó a cabo la primera fundición de acero que se realizó en México, según nos lo comentó el gobernador de allá durante la hora en que estuvo acompañándonos), y el segundo día en el flamante Centro de Convenciones del Gobierno del Estado. Hubo dos grandes mesas de trabajo: una dedicada a las Crónicas Villistas que produjeron muchos compañeros de todo el país, y otra, mayor, con 52 trabajos expuestos, sobre Usos, Costumbres y Tradiciones de Nuestros Pueblos, que me tocó dirigir.
Allí, obligado a reseñar los 52 trabajos, estuve atentísimo a las exposiciones de los compañeros, y muchas veces volví a asombrarme con todo lo nuevo, desconocido y diferente que pueden ser para cada uno de nosotros las costumbres que se practican en otras regiones de nuestro país en cosas tan cotidianas como nacer, morir, casarse, cocinar, fabricar un dulce, un remedio o robarse incluso a la novia.

03.- He aquí la delegación de Colima, pero nos mocharon a Juan Delgado al tomarnos la foto.

En una de las comidas gozamos con las Voces Juveniles de Durango, que nos deleitaron entonando canciones bravías y de amor de todo el país. Al finalizar otra, los autobuses nos transportaron a las inmediaciones de uno de los dos pequeños cerros que están junto a la ciudad (el de Los Remedios, porque el otro se llama Del Mercado, en donde antes estuvo una rica mina de hierro a cielo abierto). Subimos a pie por una larga escalinata y trepamos después a los carros colgantes de un muy moderno teleférico que nos llevó, viendo ya las primeras luces de aquella noche, hasta la cima del cerro, en donde hay un excelente mirador y una bonita capilla dedicada a la Virgen de los Remedios.

04.- La ciudad de Durango vista desde el mirador del cerro de Los Remedios.

Allí cenamos, bajo unos toldos, a la luz de la luna y con la ciudad a nuestros pies. Otros cantantes nos deleitaron con melodías de los setentas y un profesor, caracterizando al Centauro del Norte, desplegó un interesante monólogo sobre la vida de Pancho Villa, yendo y viniendo entre las mesas a media luz, y con los casi 300 comensales guardando impresionante silencio, impactados por el hilo de la narración, la potente voz y los ademanes del actor.

05.- Es curiosa la coincidencia: al igual que en Colima, en Durango existe otro “Andador Constitución”.

Al concluir las actividades del último día, ya casi al anochecer, los organizadores nos dieron una sorpresa más: nos llevaron en los mismos autobuses hacia el desierto, como yendo al norte por la carretera que va hasta Parral, Chih., y nos introdujeron en un set cinematográfico que se llama Villa del Oeste, en el que se han producido, desde los tiempos del famosísimo JohnWayne, más de 50 películas de vaqueros.

06.-  La Villa del Oeste, en el desierto duranguense.

Al entrar, ya casi desaparecido el sol, por el callejoncito de tierra a la Villa del Oeste, sentí (y creo  muy parecido han de haber sentido todos los que íbamos) que habíamos viajado a través del tiempo para situarnos en un verdadero pueblo del lejano oeste, con su única calle terrosa, con su cantina obligada, su cárcel, la iglesita, once o diez casas, los portales de madera, las atarjeas para el ganado y los ataderos para los caballos.

Una compañía de actores más o menos improvisados representó ante nosotros una obrita cómica en la que hubo indios, sheriffes, coristas, caballos, ladrones de bancos y balazos. Luego nos ofrecieron mezcal duranguense en varias presentaciones; una degustación de burritos, gorditas y flautas. Terminando todo con un gran baile norteño a las 22 horas, cuando nos comenzamos a dar los abrazos tristes de las despedidas.

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