lunes, 13 de agosto de 2012

Mocorito, de misión jesuita a pueblo señorial


Abelardo Ahumada

La tercera y cuartas jornadas del  XXXV Congreso Nacional de Cronistas de Ciudades Mexicanas (en el que participó una delegación de seis cronistas de Colima), se llevaron a cabo, durante el 27 y 28 de julio, en Mocorito y Angostura, Sin., respectivamente.
Un buen número de cronistas de otros estados decidió no participar en este congreso, debido a la presunción de que la tristemente famosa “guerra del narco” está muy fuerte en toda esa zona. Por lo que los casi cien que acudimos, lo hicimos venciendo el temor y confiando en que las autoridades involucradas y los organizadores del mismo, harían su mejor esfuerzo para evitar cualquier evento negativo que lo enturbiara, como en efecto fue.
Sobre este punto en particular cabe decir que todos los participantes quedamos sorprendidos por la tranquilidad que, contra lo que esperábamos, nos encontramos tanto en la sede de Guamúchil, como en las subsedes de Mocorito y Angostura.

El primer sorprendido de todo esto que les comento fue, precisamente, nuestro compañero cronista de Manzanillo, Horacio Archundia Guevara, quien no habiendo podido reservar a tiempo una habitación en los únicos tres hoteles de Guamúchil, tuvo que hospedarse en el más grande de Mocorito, ubicado a sólo unos 15 km de donde nos hospedamos todos los demás. Hasta donde poco después llegó Horacio y tras saludarnos nos dijo: “Vengo bien impresionado. Mocorito es un pueblo señorial hermoso, qué bueno que no me hospedé aquí”.

01 Vista panorámica de Mocorito desde la base del campanario de su iglesia. 

Alimentados, pues, con esas expresiones suyas, la mañana del 27 de julio abordamos los autobuses que nos trasladaron rumbo a la Sierra Madre Occidental. En la entrada de Mocorito, bella, amplia, moderna, arbolada, hay un arco que da la bienvenida a los visitantes y preanuncia lo que verán sobre todo en la parte antigua del pueblo: me refiero a una  serie de calles desiguales y sin paralelismo que sin embargo conforman uno de los espacios pueblerinos más bellos que nos ha tocado conocer en nuestros recorridos por diversas partes de la república. Destacando ese aspecto “señorial” de su templo, casas y edificios principales que nos había comentado Horacio.

02 Antiguo templo de la misión que unos jesuitas fundaron en 1594 para evangelizar a los indios mayos.

Los autobuses se detuvieron entre la plaza bellísima y el antiguo templo jesuita de la Misión de Mocorito, donde nos esperaba el Cabildo el pleno de ese municipio, presidido por una señora inteligente, joven y de muy buen ver que se llama Gloria Himelda (con H) Félix Niebla.

Sonaban, en ese momento, las campanas de la iglesia dando “la segunda de misa”, pero en el típico y característico tono que se les da cuando “llaman a muerto”. Y en eso se escuchó una voz por micrófono en la que se nos explicaba que, por una de esas raras coincidencias de la vida, íbamos a ser testigos de la llegada del cortejo fúnebre de don Amado Medina, uno de los más notables historiadores de Mocorito, que se había muerto la víspera.

Mientras todo eso sucedía, e impresionado por la sobria belleza arquitectónica del templo, ingresé al curato, donde me recibió el clérigo que iba a celebrar la misa, y quien al verme con el gafete de los cronistas en el pecho, de inmediato sintonizó conmigo porque resultó ser amante otro de los amantes de Clío.

03 El Colegio Civil Rosales, uno de los edificios más emblemáticos del centro de Mocorito.

Durante diez intensos minutos el cura me platicó cómo fue que Mocorito surgió a la luz ya como una misión, allá por 1594, cuando llegaron allí los padres Jesuitas Juan Bautista Velasco y Hernando de Santarán, para evangelizar a los indios mayos, habitantes de toda esa vasta región.

Me dijo, asimismo, que los primeros conquistadores que llegaron allá en busca del mítico pueblo de El Dorado, fueron unos soldados que iban junto con el temible enemigo de Hernán Cortés, y saqueador de esclavos indígenas (incluidos muchos de Colima) que se llamaba Nuño Beltrán de Guzmán, poco después de 1531. Pero urgido como estaba para vestirse para la misa, ya sólo me alcanzó a decir: “Pase usted, está en su casa, puede recorrer todas las instalaciones”, y con esa instrucción por delante aproveché una bamboleante escalera de aluminio como de seis metros de alto, colocada en el patio sobre un grueso muro de piedra y soportando el bamboleo me subí al techo del curato, y desde allí al del templo, hasta llegar al pie del campanario, desde donde tuve una vista panorámica del hermosísimo pueblo, muy verde, por cierto, con los patios y corrales de sus casonas llenos de árboles: bambúes, aguacates, almendros, mangos, palmas de coquito coyul e incluso ceibas. Una vegetación, pues, muy parecida a la nuestra.

04 Interior de la Casa de la Cultura Enrique González Martínez con una huerta al fondo.

Desde arriba vi llegar la carroza y la valla que los cronistas y las autoridades locales le hicieron al cuerpo del historiador. Después de bajar visité la Casa de la Cultura Enrique González Martínez,  en ese momento vacía, y anduve a mis anchas por sus amplios corredores, observando los preciosos murales que cuentan la historia de Mocorito. Todo esto en un marco de verdor, puesto que la finca, abierta para la cultura en 1983, colinda con una hermosa huerta que me recordó a la que hace todavía unos treinta años se podía mirar, en Colima, en el balneario de San Cayetano.

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Por andar de bobo en la Casa de la Cultura me largaron los camiones, pero le dije a unos patrulleros que me “había perdido” y, amables, me llevaron hasta el auditorio de la universidad, donde el cabildo sesionó para darnos el carácter de “Visitantes Distinguidos”.


05 Cronistas de México recorriendo las calles del bello pueblo sinaloense. Al frente, a la izquierda, Miguel Chávez Michel y, de sombrero, Antonio Magaña Tejeda. 

Desde allí nos encaminamos a las instalaciones de la Preparatoria Lázaro Cárdenas, para seguir escuchando las ponencias de los compañeros de todo el país y, ya como a las 2 p. m., abordamos una vez más los autobuses para trasladarnos a una gigantesca palapa, con capacidad para unas 300 personas, ubicada en la ribera del Mocorito. Donde nuestros anfitriones nos obsequiaron litros y litros de agua de Jamaica y enormes platillos copeteados de chilorio, carne seca y un queso fresco exquisito.

06 Una de las pintorescas calles del “pueblo señorial de Mocorito”.

En el ínterin no podía faltar la intervención de una tambora sinaloense, que nos alegró el banquete y, al último, cuando ya la nueva directiva nacional de los cronistas agradeció al ayuntamiento anfitrión la comida, Archundia nos sorprendió nuevamente al escribir, allí sobre una hoja de su cuaderno,  un soneto que dedicó a ese pueblo y que me pidió leer por el micrófono a todos. Soneto del que recuerdo estos versos: “Te encuentras, buen romero, en Mocorito/, el pueblo señorial por excelencia/ donde destaca la magnificencia/ de un rincón noble, cálido y bonito/… Mocorito: misión vieja y gloriosa/ donde coinciden para gusto mío/ la historia viva y la fiesta bulliciosa”. Composición que todavía manuscrita fue recibida por un representante de la alcaldesa.

Al concluir  el banquete, los organizadores nos hicieron caminar a un espacio arbolado cercano, donde algunos lugareños nos dieron una muestra del juego de la Ulama, al que podríamos describir como una especie de juego de pelota en el que contienden dos equipos, pero que en vez de patear la bola o tomarla con la mano, la golpean con sus antebrazos vendados, y a veces con los muslos o con las caderas. Un juego difícil en el que sus participantes terminan necesariamente polveados o enlodados, pues constantemente se tiran al piso para golpear las bolas que vienen bajas y rebotárselas a los contrarios.

La jornada de trabajo continuó en las aulas de la preparatoria, pero una vez concluida ésta, las autoridades nos hicieron participar en una especie de callejoneada, recorriendo, con otra tambora por delante, las principales rúas alrededor del centro. Deteniéndose la comitiva de tanto en tanto para que el cronista mocoritense nos pudiese explicar, casi gritando, porque éramos muchos, la microhistoria de cada lugar.

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Acto seguido, y ya para oscurecer, hubo también, junto a la plaza, un espectáculo muy interesante de lanzamiento de globos hechos de carrizos y papel de china, a los que calentándoles previamente el aire de su interior, y colocándoles una luminaria en la parte de abajo, se les fue soltando por turno, hasta que se perdieron de vista en el cielo azulino y grisáceo que un rato antes había presagiado lluvia.

La banda sinaloense subió al bonito kiosco de la plaza mocoritense y, previo a nuestro regreso a Guamúchil, y ala suculenta cena que habríamos de degustar sobre los prados y bajo los álamos gigantescos de la Hacienda del Río, gozamos de un “viernes de plaza”, en donde los artesanos y los neveros de la región expusieron y ofrecieron sus productos.

MAS FOTOGRAFIAS

El grupo de Colima posando junto al río Mocorito... 
El Profr. Héctor Mancilla, exponiendo su tema en Guamúchil.
Roberto George como ponente en Guamúchil.
Cronistas y acompañantes posando a la salida del auditorio municipal de Salvador Alvarado, Sin.

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