Abelardo Ahumada
La tercera y cuartas jornadas
del XXXV Congreso Nacional de Cronistas
de Ciudades Mexicanas (en el que participó una delegación de seis cronistas de
Colima), se llevaron a cabo, durante el 27 y 28 de julio, en Mocorito y Angostura,
Sin., respectivamente.
Un buen número de cronistas de
otros estados decidió no participar en este congreso, debido a la presunción de
que la tristemente famosa “guerra del narco” está muy fuerte en toda esa zona.
Por lo que los casi cien que acudimos, lo hicimos venciendo el temor y
confiando en que las autoridades involucradas y los organizadores del mismo,
harían su mejor esfuerzo para evitar cualquier evento negativo que lo enturbiara,
como en efecto fue.
Sobre este punto en particular
cabe decir que todos los participantes quedamos sorprendidos por la tranquilidad
que, contra lo que esperábamos, nos encontramos tanto en la sede de Guamúchil,
como en las subsedes de Mocorito y Angostura.
El primer sorprendido de todo
esto que les comento fue, precisamente, nuestro compañero cronista de
Manzanillo, Horacio Archundia Guevara, quien no habiendo podido reservar a
tiempo una habitación en los únicos tres hoteles de Guamúchil, tuvo que
hospedarse en el más grande de Mocorito, ubicado a sólo unos 15 km de donde nos
hospedamos todos los demás. Hasta donde poco después llegó Horacio y tras
saludarnos nos dijo: “Vengo bien impresionado. Mocorito es un pueblo señorial
hermoso, qué bueno que no me hospedé aquí”.
01 Vista panorámica de Mocorito desde la base del campanario de su iglesia. |
Alimentados, pues, con esas expresiones
suyas, la mañana del 27 de julio abordamos los autobuses que nos trasladaron
rumbo a la Sierra Madre Occidental. En la entrada de Mocorito, bella, amplia, moderna,
arbolada, hay un arco que da la bienvenida a los visitantes y preanuncia lo que
verán sobre todo en la parte antigua del pueblo: me refiero a una serie de calles desiguales y sin paralelismo
que sin embargo conforman uno de los espacios pueblerinos más bellos que nos ha
tocado conocer en nuestros recorridos por diversas partes de la república.
Destacando ese aspecto “señorial” de su templo, casas y edificios principales
que nos había comentado Horacio.
02 Antiguo templo de la misión que unos jesuitas fundaron en 1594 para evangelizar a los indios mayos. |
Los autobuses se detuvieron entre
la plaza bellísima y el antiguo templo jesuita de la Misión de Mocorito, donde
nos esperaba el Cabildo el pleno de ese municipio, presidido por una señora
inteligente, joven y de muy buen ver que se llama Gloria Himelda (con H) Félix
Niebla.
Sonaban, en ese momento, las
campanas de la iglesia dando “la segunda de misa”, pero en el típico y
característico tono que se les da cuando “llaman a muerto”. Y en eso se escuchó
una voz por micrófono en la que se nos explicaba que, por una de esas raras
coincidencias de la vida, íbamos a ser testigos de la llegada del cortejo
fúnebre de don Amado Medina, uno de los más notables historiadores de Mocorito,
que se había muerto la víspera.
Mientras todo eso sucedía, e
impresionado por la sobria belleza arquitectónica del templo, ingresé al
curato, donde me recibió el clérigo que iba a celebrar la misa, y quien al
verme con el gafete de los cronistas en el pecho, de inmediato sintonizó
conmigo porque resultó ser amante otro de los amantes de Clío.
03 El Colegio Civil Rosales, uno de los edificios más emblemáticos del centro de Mocorito. |
Durante diez intensos minutos el
cura me platicó cómo fue que Mocorito surgió a la luz ya como una misión, allá
por 1594,
cuando llegaron allí los padres Jesuitas Juan Bautista Velasco y Hernando de
Santarán, para evangelizar a los indios mayos, habitantes de toda esa vasta
región.
Me dijo, asimismo, que los primeros
conquistadores que llegaron allá en busca del mítico pueblo de El Dorado,
fueron unos soldados que iban junto con el temible enemigo de Hernán Cortés, y
saqueador de esclavos indígenas (incluidos muchos de Colima) que se llamaba
Nuño Beltrán de Guzmán, poco después de 1531. Pero urgido como estaba para
vestirse para la misa, ya sólo me alcanzó a decir: “Pase usted, está en su
casa, puede recorrer todas las instalaciones”, y con esa instrucción por
delante aproveché una bamboleante escalera de aluminio como de seis metros de
alto, colocada en el patio sobre un grueso muro de piedra y soportando el
bamboleo me subí al techo del curato, y desde allí al del templo, hasta llegar
al pie del campanario, desde donde tuve una vista panorámica del hermosísimo
pueblo, muy verde, por cierto, con los patios y corrales de sus casonas llenos
de árboles: bambúes, aguacates, almendros, mangos, palmas de coquito coyul e
incluso ceibas. Una vegetación, pues, muy parecida a la nuestra.
04 Interior de la Casa de la Cultura Enrique González Martínez con una huerta al fondo. |
Desde arriba vi llegar la carroza y la
valla que los cronistas y las autoridades locales le hicieron al cuerpo del
historiador. Después de bajar visité la Casa de la Cultura Enrique González
Martínez, en ese momento vacía, y anduve
a mis anchas por sus amplios corredores, observando los preciosos murales que
cuentan la historia de Mocorito. Todo esto en un marco de verdor, puesto que la
finca, abierta para la cultura en 1983, colinda con una hermosa huerta que me
recordó a la que hace todavía unos treinta años se podía mirar, en Colima, en
el balneario de San Cayetano.
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Por andar de bobo en la Casa de la
Cultura me largaron los camiones, pero le dije a unos patrulleros que me “había
perdido” y, amables, me llevaron hasta el auditorio de la universidad, donde el
cabildo sesionó para darnos el carácter de “Visitantes Distinguidos”.
05 Cronistas de México recorriendo las calles del bello pueblo sinaloense. Al frente, a la izquierda, Miguel Chávez Michel y, de sombrero, Antonio Magaña Tejeda. |
Desde allí nos encaminamos a las
instalaciones de la Preparatoria Lázaro Cárdenas, para seguir escuchando las
ponencias de los compañeros de todo el país y, ya como a las 2 p. m., abordamos
una vez más los autobuses para trasladarnos a una gigantesca palapa, con
capacidad para unas 300 personas, ubicada en la ribera del Mocorito. Donde
nuestros anfitriones nos obsequiaron litros y litros de agua de Jamaica y
enormes platillos copeteados de chilorio, carne seca y un queso fresco
exquisito.
06 Una de las pintorescas calles del “pueblo señorial de Mocorito”. |
En el ínterin no podía faltar la intervención
de una tambora sinaloense, que nos alegró el banquete y, al último, cuando ya la
nueva directiva nacional de los cronistas agradeció al ayuntamiento anfitrión
la comida, Archundia nos sorprendió nuevamente al escribir, allí sobre una hoja
de su cuaderno, un soneto que dedicó a
ese pueblo y que me pidió leer por el micrófono a todos. Soneto del que
recuerdo estos versos: “Te encuentras, buen romero, en Mocorito/, el pueblo señorial
por excelencia/ donde destaca la magnificencia/ de un rincón noble, cálido y
bonito/… Mocorito: misión vieja y gloriosa/ donde coinciden para gusto mío/ la
historia viva y la fiesta bulliciosa”. Composición que todavía manuscrita fue
recibida por un representante de la alcaldesa.
Al concluir el banquete, los organizadores nos hicieron
caminar a un espacio arbolado cercano, donde algunos lugareños nos dieron una
muestra del juego de la Ulama, al que podríamos describir como una especie de
juego de pelota en el que contienden dos equipos, pero que en vez de patear la
bola o tomarla con la mano, la golpean con sus antebrazos vendados, y a veces
con los muslos o con las caderas. Un juego difícil en el que sus participantes
terminan necesariamente polveados o enlodados, pues constantemente se tiran al
piso para golpear las bolas que vienen bajas y rebotárselas a los contrarios.
La jornada de trabajo continuó en las
aulas de la preparatoria, pero una vez concluida ésta, las autoridades nos
hicieron participar en una especie de callejoneada, recorriendo, con otra
tambora por delante, las principales rúas alrededor del centro. Deteniéndose la
comitiva de tanto en tanto para que el cronista mocoritense nos pudiese
explicar, casi gritando, porque éramos muchos, la microhistoria de cada lugar.
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Acto seguido, y ya para oscurecer,
hubo también, junto a la plaza, un espectáculo muy interesante de lanzamiento
de globos hechos de carrizos y papel de china, a los que calentándoles
previamente el aire de su interior, y colocándoles una luminaria en la parte de
abajo, se les fue soltando por turno, hasta que se perdieron de vista en el
cielo azulino y grisáceo que un rato antes había presagiado lluvia.
La banda sinaloense subió al bonito
kiosco de la plaza mocoritense y, previo a nuestro regreso a Guamúchil, y ala
suculenta cena que habríamos de degustar sobre los prados y bajo los álamos
gigantescos de la Hacienda del Río, gozamos de un “viernes de plaza”, en donde
los artesanos y los neveros de la región expusieron y ofrecieron sus productos.
MAS FOTOGRAFIAS
El grupo de Colima posando junto al río Mocorito... |
El Profr. Héctor Mancilla, exponiendo su tema en Guamúchil. |
Roberto George como ponente en Guamúchil. |
Cronistas y acompañantes posando a la salida del auditorio municipal de Salvador Alvarado, Sin. |
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