domingo, 30 de septiembre de 2012

Reseña del libro Historias del Camino Real de Colima


ABELARDO AHUMADA

 EL 20 de enero anterior, dentro del marco de la conmemoración del 485 Aniversario de la Fundación de la Villa de San Sebastián de la Provincia de Colima, se llevó a cabo el Primer Coloquio Regional de Historia, Crónica y Narrativa, en el que participaron 26 ponentes de Michoacán, Jalisco y Colima, abordando, cada quien desde su perspectiva y especialidad, el tema del Camino Real de Colima. Ruta pedestre y caballar que, como bien se sabe, fue durante casi 4 siglos, la vena nutricia del comercio y de las comunicaciones de una amplia zona del Occidente de la Nueva España. Ruta también de cuyo trazo se derivaron algunos de los más importantes caminos del México Independiente en esta misma región. Caminos que con el paso del tiempo se habrían de convertir, también, en las carreteras por las que transitamos hoy. Dato que nos puede dar una idea muy aproximada de la importancia que tuvo para nuestros antepasados aquel primitivo camino.

Valorando, pues, dichos antecedentes, esos 26 autores elaboraron otras tantas ponencias y dieron pie para que varios meses después se pudiera publicar un interesante libro regional, del que se acaban de realizar dos presentaciones: una en Colima, el 8 de septiembre, y otra en Ciudad Guzmán, hace apenas 3 días. Habiendo sido, los dos, muy nutridos eventos en los que se concitaron escritores, cronistas, historiadores, políticos y público interesado en el tema genérico que este nuevo libro aborda, y cuya temporalidad abarca desde el origen del camino en los inicios del virreinato, hasta la aparición del ferrocarril de Guadalajara a Colima. Cuando se generó, por ende, el paulatino desuso de tan antigua vereda.

Me llamó la atención el dato de que tres de los autores participantes hayan decidido dedicar sus ponencias a reconocer el trabajo pionero que sobre la historia del Camino Real desarrolló el sacerdote e historiador colimense Roberto Urzúa Orozco. Siendo estos tres autores don Federico Munguía Cárdenas, cronista de Sayula, Jalisco; la doctora en historia, Paulina Machuca, y el editor Enrique Ceballos Ramos, todos ellos resaltando la calidad intrínseca y la narrativa alegre que caracterizaron a la fina pluma del padre Urzúa, autor, entre casi una docena de interesantes libros, de uno que lleva precisamente por título El Camino Real de Colima, dicen que yo no lo sé.

Complementándose desde otras tres perspectivas diferentes, aparecen aquí, hablando de uno de los más importantes ramales del desaparecido Camino Real, el profesor José de Jesús Guzmán Mora, cronista de San Gabriel, Jalisco, y dos colegas colimotes (primos, además, y compadres), José Mancilla Ramírez y Héctor Manuel Mancilla Figueroa.

El ramal al que los tres se refieren, se desprendía, viniendo desde Guadalajara, del viejo pueblo de Santa Ana Acatlán, y subía hacia la Sierra de Tapalpa, pasando por Atemajac de la Tablas y por la propia Tapalpa, para descender después hasta San Gabriel, continuar hacia Tolimán, seguir hacia San Pedro y continuar hacia la costa colimota luego de atravesar los impresionantes desfiladeros del Cañón de Toxín, pasando por El Mamey, Colima (hoy Minatitlán), y tomando, por último, cualquiera de sus dos derivaciones finales: una hacia Santiago y Manzanillo, Colima, y otra hacia Cihuatlán, Jalisco.

No piensen los lectores que resumiré aquí todas las ponencias del libro, pero quiero garantizarles que si lo llegan a conseguir no van a arrepentirse de ello porque, operando cada uno de los autores desde su tono y estilo propios, desarrollaron interesantes relatos, entre los que por morbo, o por curiosidad, forzosamente tuvieron que aparecer dos capítulos de bandidos: uno desarrollado por Ignacio Moreno Nava, historiador de Jiquilpan, Michoacán, que se refiere al famosísimo bandolero Martín Toscano, quien merodeaba, hacia finales del siglo XVIII, tanto el Camino Real a su paso por aquella región, como en la Ciénaga de Chapala, Jalisco, y los rumbos de Jaripo y Jiquilpan. Y otro investigado por la maestra Mirtea Acuña Cepeda, que se refiere a las gavillas de Ramón Solano, Benito Ortiz y otros bandidos que, una vez concluidas la Guerra de Reforma y la Intervención Francesa, se dedicaron a cometer sus pillerías sobre el Camino Real y sus alrededores en las inmediaciones de Jalisco y Colima, con la característica, según un testigo por ella citado, de que “siempre andaban bien montados, pues poco les costaba proporcionarse excelentes caballos; sus armas eran de las mejores, usando carabina, revolver y un sable corto y pesado llamado machete por ellos, y de buen acero y bien templado […] Usando con más o menos lujo el pintoresco traje del ranchero mexicano”.
Éstos y otros bandidos, según lo refirió en su obra el ya citado padre Roberto Urzúa, tenían con los arrieros una especie de mutuo acuerdo en el sentido de que estos últimos habrían de estar dispuestos a hacerles mandados a los delincuentes, para llevar y traerles recados y encargos, a cambio de ser respetados por los salteadores. Pero fundado el acuerdo sobre la previa advertencia de que quienes lo traicionaran, encontrarían fácilmente la muerte, como lo ejemplificó el padre Urzúa en el siguiente párrafo:
“Sensacional fue el caso de un comerciante de Zapotlán; pues traicionó la confianza que en sus arrieros tenían unos bandoleros que operaban en la Cueva del Zapote, al denunciarlos al Gobierno, que los emboscó y casi los acaba cuando iban a recoger encargos de ropa y víveres que ellos habían hecho a los arrieros y pagado con su propio dinero. Al regresar del siguiente viaje procedente de Colima, todo Zapotlán pudo ver el macabro desfilar del atajo con los cadáveres de los arrieros atravesados en los aparejos. En el morral del cargador se encontró una carta dirigida al dueño de la recua, donde le decían: ‘Si se retira más de una cuadra de su casa le aconsejamos deje escrito su testamento; los arrieros le llevan de bulto el mismo encargo’. La noticia popular agrega que el acaudalado hombre no volvió a dormir, hasta que murió al año escaso”.

Muy amenos son también los dos textos presentados por Cuauhtémoc Acoltzin Vidal y Víctor Manuel Arceo. Acoltzin refiere el viaje imaginario de los fantasmas de Hidalgo, Juárez, Miramón y Ramón Corona desde las ruinas del Mesón de Atenquique hasta el obelisco que hace 4 años todavía estaba en donde fue la primitiva entrada del Camino Real a la ciudad de Colima; en tanto que Arceo relata las vivencias extravagantes de una de las más destacadas poetizas colimenses de la primera mitad del siglo XX, cuya existencia se desarrolló en el barrio de Las Siete Esquinas, muy cerca de la pila del mismo nombre, en un tramo del Camino Real que actualmente corresponde a la calle Emilio Carranza, ya dentro de la ciudad de Colima.

Aparece, lo mismo, en estas páginas, un pequeño ensayo de Alfredo Juárez Albarrán, referido a la vida y la obra de un pintor decimonónico llamado Jean Moritz Rugendas, autor de interesantes litografías sobre los paisajes colimotes, incluyendo, desde luego, escenas del Camino Real. Y junto con él, Bertha Luz Montaño Vázquez expone una breve síntesis de las Memorias de don José Julián Ignacio Vázquez Bravo, sayulense, tatarabuelo suyo, a quien le tocó incluso ser secuestrado el 27 de febrero de 1868.

Ese día, según lo refiere don Julián: “A las siete de la mañana; regresaba de Guadalajara en unión de mi hijo José Julián y en el punto de Chapalilla, cerca del Rancho de los Pozos, jurisdicción de Santa Ana Acatlán, fuimos repentinamente sorprendidos por una gavilla de plagiadores en número de cosa de ocho o nueve individuos, todos disfrazados, en buenos caballos y bien armados; me amagaron de mil maneras, me vendaron los ojos y me separaron de mi hijo, a quien dejaron libre para que llevara la noticia a mi casa…”.

En fin, todos los demás trabajos son interesantísimos, pero como no tengo espacio suficiente como para reseñarlos, me concretaré a decir que Jaime Pizano Alcaraz, Antonio Magaña Tejeda, América A. Arellano Cerritos, Salvador Olvera Cruz, Juan Manuel Almaguer, José Ángel Chávez Nájar, René Chávez Déniz, Magdalena Escobosa Haas, Carlos Andrés Salgado Ceballos, María Alcántar Gutiérrez y yo mismo somos los demás participantes. Habiendo podido producir, entre todos, y con la edición hecha por el arquitecto Fernando González Castolo, director del Archivo Histórico de Zapotlán El Grande, el primer libro colectivo regional, que esperamos sea continuado por otros.

1 comentario:

  1. Me interesa mucho el tema, como le hago para tener un ejemplar, vivo en Guadalajara, jalisco.

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CONFERENCIA DE ABELARDO AHUMADA EN EL ARCHIVO DE COLIMA

CRÓNICA EN IMÁGENES José SALAZAR AVIÑA