Asociación de Cronistas de Pueblos y Ciudades del Estado de Colima
Este blog está dedicado a la Crónica de los pueblos y ciudades del estado de Colima.
martes, 19 de septiembre de 2017
martes, 4 de julio de 2017
domingo, 8 de enero de 2017
SESIÓN EN IXTLAHUACAN
Jose SALAZAR AVIÑA
Este domingo 8 de enero, en punto de las 12:00 fuimos recibidos por el presidente municipal de Ixtlahuacán, el Sr. Crispin Gutiérrez Moreno, los integrantes de la Asociación de Cronistas de Pueblos y Ciudades del Estado de Colima, A. C.
El cronista municipal, José Manuel Mariscal Olivares, entregando el libro de la crónica al presidente municipal Crispin Gutiérrez Moreno, quien se comprometió para realizar su publicación |
El alcalde Crispin Gutiérrez Moreno dialogando con la directiva e integrantes de la asociación de cronistas al frente nuestro presidente José Abelardo Ahumada González. |
Posteriormente celebramos nuestra sesión ordinaria. |
domingo, 8 de mayo de 2016
lunes, 15 de junio de 2015
domingo, 31 de mayo de 2015
SESIÓN DE LA ACPCC, A.C.
CRÓNICA EN IMÁGENES
José SALAZAR AVIÑA
La presencia de nuestro tesorero Arturo Navarro Iñiguez, cronista de Cuauhtémoc, y el cumplimiento de los consocios como Salvador Olvera Cruz, asociado permanente de la ACPCC, A.C. |
Nuestro presidente Abelardo Ahumada Gonzalez, cronista de Colima y el anfitrión Horacio Archundia Guevara, cronista de Manzanillo. |
La presencia de Alicia y Mary, esposas de José Salazar y Roberto George. |
Abelardo Ahumada Gonzalez, Horacio Archundia Guevara, Roberto George Gallardo, Humberto Muñiz Mercado y Miguel Chávez Michel, cronista de Armería. |
Roberto George Gallardo, cronista de Coquimatlán. |
Contamos con la presencia de Humberto Muñiz Mercado, asociado permanente de la ACPCC, A.C. |
Hubo hasta rifa de regalos |
La camaradería campeó, al igual que nuestro trabajo, al fondo a la derecha el cronista de Tecomán, José Salazar Aviña. |
sábado, 23 de agosto de 2014
Misterios y enigmas de La Quemada
10 de agosto de 2014.
Abelardo Ahumada (Texto y fotos).
Existen en México, lo sabemos muy
bien, numerosas ciudades autóctonas que no obstante haber sido densamente
pobladas, un día, de repente, se quedaron deshabitadas y que, poco a poco,
merced a la acción cruzada de los elementos, se arruinaron, se fueron cubriendo
de polvo y maleza, hasta que comenzaron a desaparecer del horizonte o empezaron
a convertirse en una serie de colinas que tampoco estaban allí algunos siglos
antes.
De la mayoría de esas antiguas
ciudades se sabe, sin embargo, al menos quiénes fueron sus últimos moradores,
pero hay dos o tres, por ahí, de las que hasta hoy, simplemente no se sabe
nada, absolutamente nada.
01 ¿Quiénes construyeron todo esto? No hay nada tan impresionante como el hecho de poder ver lo que fue una gran ciudad abandonada y en ruinas. |
Una de esas muy extrañas y
enigmáticas urbes prehispánicas se localiza en el Valle de Malpaso, en uno de
los extremos del municipio de Villanueva, Zacatecas.
De esta ciudad, sin embargo,
majestuosa, imponente, llena de templos, salones, terrazas y otras grandes
edificaciones, se han tenido reportes desde el primer tercio del siglo XVI.
Datos o reportes, sin embargo, que pese al tiempo transcurrido, no nos permiten
saber, por ejemplo, a qué tribus o pueblos pertenecieron sus primeros
edificadores, quiénes fueron sus últimos habitantes y por qué decidieron
abandonarla.
Expuse todo lo anterior, queridos lectores, para comentar
que, exactamente el viernes 25 de julio pasado (fecha en la que en Tecomán se
estaba conmemorando el 491 aniversario de la fundación española de la Villa de
Colima), ocho cronistas colimotes, tuvimos la oportunidad, junto con un poco más de 150 integrantes de
la Asociación Nacional de Cronistas de Ciudades Mexicanas, tuvimos la gratísima oportunidad de estar en
La Quemada, asombrándonos, sorprendiéndonos con todo lo que vimos. Y cayendo,
también, en el mismo espanto intelectual que provoca el hecho de no saber
quiénes pudieron haber sido los poderosos individuos que con tanto arrojo
lograron edificar tan enormes edificios en un espacio que hoy parece casi
enteramente natural.
Abordamos los ocho autobuses
entre las 8:50 y las nueve horas frente al antiguo Palacio de Gobierno de
Zacatecas. A las 9:05 comenzaron nuestros vehículos a rodar con rumbo a la
vieja salida de Jerez, convertida hoy en una muy moderna autopista.
A los 13 kilómetros nos
encontramos con una bifurcación que lleva, por una parte hacia Saltillo y
Monterrey, y por otra, hacia Durango, Torreón y Chihuahua. Poco antes de llegar
a dicha bifurcación doblamos nosotros al sur, para enfilarnos por la vieja
carretera libre a Guadalajara, llegando a la cabecera de Villanueva, muy cerca
de las 10 horas.
Este bonito pueblo, donde entre
otros notables personajes nacieron Antonio Aguilar (el famoso charro cantor) y
Francisco González, actual presidente de los cronistas de México, se vistió de
gala para recibirnos en su preciosa plaza principal, donde sus autoridades nos
dieron el calificativo de “visitantes distinguidos”, en una ceremonia cívica.
Recorrimos, muy rápidamente, el
mercado, el templo y algunos otros sitios de interés del pueblo y, nos
trasladamos, después, a los salones de una escuela local para continuar con las
mesas de trabajo donde nos tocó, a tres de los cronistas colimotes, exponer los
temas que previamente habíamos registrado.
Comimos allí mismo, bajo unos
toldos blancos en el patio del plantel, un platillo muy parecido a nuestro
local “tatemado”, al que denominan allá “guisado de boda” y, luego, al terminar
la comida, nuestro coordinador nos urgió el abordaje de los autobuses para
trasladarnos hasta el enigmático sitio arqueológico de La Quemada, cuyos
principales edificios fueron construidos sobre las muy escarpadas laderas de un
cerro solitario de 250 metros de elevación que se halla en un extremo del ya
mencionado Valle de Malpaso.
Considerando el dato de que
muchos de nuestros compañeros cronistas ya son ancianos, el presidente manejó
tres opciones: quedarse en los autobuses, caminar hasta el museo del sitio o
trepar hasta donde más y mejor pudiera cada quien hacerlo. Así que su servidor,
sintiéndose todavía bastante hábil para ascender hasta la más alta de las terrazas
escalonadas, se dispuso a hacerlo, mientras que una parte del resto se decidió
a ir al museo, a los baños y a una tienda anexa que por ahí existe también.
Varios guías designados por el
INAH nos recibieron, atentos, para formar tres o cuatro grupos de 40 personas,
pero debo decir que más duraron en reunirnos que nosotros en desperdigarnos
porque los que nos decidimos a subir íbamos no sólo impulsados por nuestra
curiosidad, sino por una imperiosa fuerza que tal vez mana del mismo sitio, y
que nos hacía sentir una especie de temor o asombro reverencial.
02 Por su colocación sobre el valle, y por ser evidentes los restos de lo que fue una muralla. Algunos arqueólogos suponen que La Quemada fue una ciudad fortificada. |
Ignoro si a ustedes, amables
lectores, les ha sucedido que cuando llegan a ciertos lugares lo único que no quieren hacer es hablar. Pero a mí
sí me ha sucedido que cada vez que llego, por ejemplo, a la orilla del mar, a
la cima de algún cerro, al borde de un barranco, o a las añosas ruinas de un
edificio que alguna vez fue útil y estuvo lleno de gente, como que me siento obligado a no decir nada a nadie,
sino a ver y a escuchar. Y eso fue lo que fue sucedió esta vez, al llegar a La
Quemada, por lo que decidí separarme de mis compañeros y acometer la visita con
todos mis sentidos abiertos a lo que pudiera encontrar allí.
03 Muchas de aquellas construcciones dieron continuidad
a los ya de por sí elevados riscos.
|
Sin ánimos de hacer alusión a
detalles sobrenaturales, fenómenos parapsicológicos u otros eventos por el
estilo, sí me gustaría tratar de describirles a ustedes, las emociones y las
interrogantes que despertaron en mi ánimo asombrado aquellos elevados edificios
donde ya no vive nadie. El caso es que al ir pasando por un sendero de piedras,
bordeado con puros huizaches, mezquites, nopales y otras plantas espinosas del
semidesierto, como que empecé a imaginar, sospechar o aun sentir la presencia
vaga, etérea, sutil, de otros individuos, jóvenes y viejos, mujeres y niños,
que pasaron hace más de mil años también por allí, esperanzados en su presente,
pero completamente ajenos al futuro que, caracterizado por el olvido, ellos y
su poderosa ciudad habrían de padecer algunos lustros después.
04 He aquí el interesante museo del sitio, tratando de mimetizarse con el paisaje. Vale la pena visitarlo. |
Desde la primera terraza
gigantesca que pisé casi inmediatamente después de haber dejado los techos del
bonito museo atrás, se ve la ciudad cerril, pletórica de otras numerosas
terrazas y coronada por enormes habitáculos, pirámides truncadas, plazas
públicas, templos, miradores y un evidentísimo espacio destinado al famoso
“juego de pelota”.
Vas, caminas, te encaramas y
llegas entonces a lo que parece haber sido un gigantesco salón de 32 metros de
ancho por 41 de largo, en el que todavía se ven once colosales columnas
cilíndricas de más de metro y medio de diámetro y cinco metros de altura que
debieron de haber soportado un techo que hoy ya también desapareció, pero que
entre los años 500 y 900 de nuestra era debió dar cobijo a centenares de individuos
que participaron en asambleas citadinas, en espectáculos típicos o en
impresionantes rituales dedicados a sus dioses.
Al estar allí pude sentir, más
que pensar, que estaba en un sitio tolteca
o pre-tolteca, por la similitud que este gigantesco salón destechado
guarda con otro, más amplio, que existe también en Tula. Todo ello sin
mencionar aún que formando parte de esa misma terraza, junto al salón ya
mencionado existe una vasta explanada rectangular de aproximadamente unos 80
metros de largo por esos mismos 42 de ancho, que se desplanta de un nivel
inferior de la ladera, situado como unos 15 metros abajo, y que se sostiene por
un poderoso y bien conformado talud de piedra laja que en su conjunto (sumando
a la explanada con el salón) abarca, fácil, 120 metros de largo. Por más
increíble y difícil que con la tecnología de entonces, les haya podido resultar
construirlo a todos esos desconocidos antepasados de los actuales zacatecanos.
¿Pero qué opinan los verdaderos
arqueólogos que han estudiado el sitio? –Ni siquiera ellos se han puesto de
acuerdo: unos dicen (siguiendo la idea expuesta por el jesuita Francisco Xavier
Clavijero) que si en algún lugar se ubicó el muy legendario Chicomoztoc, tuvo
que haber sido allí, en La Quemada. Pero frente a éstos, hay otros que opinan
que fue “un sitio Caxcán, un enclave teotihuacano, un centro tarasco, un bastión contra chichimecas intrusos, un emporio tolteca o, simplemente, el producto de un desarrollo
independiente y capital de todos los grupos indígenas asentados al norte del río
Grande de Santiago”. Pero lo cierto es que no hay ningún acuerdo al respecto.
Muchos de mis compañeros y yo quedamos impresionados al
ver una muy alta y estrecha pirámide trunca a la que nadie hoy puede subir sino
escalando, y varios de ellos se fueron a tomar una foto del recuerdo allí.
Mientras que otros continuamos con el ascenso por escalinatas tan amplias y tan
altas que parecen haber sido construidas por gigantes y para gigantes.
Todos los espacios edificados que allí se ven están
hechos de lajas sobrepuestas a las que pegaron con una mezcla elaborada con
barro y fibras vegetales, muy similar a la que se sigue utilizando en esas
zonas para construir adobes.
Son más de diez plataformas las que alcancé a contar y
entre veinte y veinticinco basamentos de lo que parecen haber sido otros tantos
y más grandes edificios, así como algunos espacios habitacionales.
Me preguntaba por el agua, pero allí muy cerca, como a
un kilómetro a lo sumo, se alcanza a ver un pequeño lago que se formó tras
construir, hace poco, una presa sobre la corriente del Río Juchipila. Así que
nada nos cuesta entender que los
antiguos moradores de La Quemada saciaron su sed allí, y cultivaron
todas las orillas humedecidas por las aguas del Juchipila.
Más o menos a 150 metros sobre el horizonte del valle, se abre, entre una serie de ocho
edificios de gruesísimos muros, una muy amplia terraza-mirador desde donde es
posible ver hacia todos los rumbos hasta unos setenta kilómetros de distancia.
Y desde ahí se observa también cómo fue que varias de aquellas edificaciones
dieron continuidad a los ya de por sí elevados riscos que tiene esa parte del
cerro, embelleciéndolos, fortificándolos.
En este punto del sitio tuve la buenísima suerte de
encontrarme con uno de los arqueólogos que trabajan allí, quien me hizo el
grandísimo favor de señalarme, allá abajo, cruzando el valle en todas las
direcciones, una red de calzadas perfectamente visibles desde aquella altura, y
quien me dijo que eran los caminos habituales por donde se movían cotidianamente
los habitantes de aproximadamente unos 200 pueblitos y/o rancherías que durante
la época de esplendor de La Quemada hubo en dicho hermoso valle. Caminos y calzadas que miden ¡170 kilómetros de longitud! Y nos
dan seña de la magnitud de la urbe. Una urbe, por cierto, de la cual, el primer
español que la reportó fue, curiosa y coincidentemente, Peralmíndez
Chirinos (o Pedro
Almíndez Chirinos), uno de los tres individuos que asumieron el gobierno de la
Nueva España cuando Hernán Cortés hizo su famoso viaje a Las Hibueras; un
sujeto que en agosto de 1527 estaba vendiendo esclavos en Colima; un soldado
aventurero que entre 1530 y 1531 anduvo recorriendo esa porción de Zacatecas
cuando se hallaba participando en las exploraciones y guerras de conquista que
promovió el crudelísimo Nuño Beltrán de Guzmán, promotor también de la
fundación de la primitiva Guadalajara.
Desde antes de llegar a terraza más alta abrigué el
deseo de sentarme en una orilla de la misma, con mis pies colgando hacia el
vacío, para contemplar todo aquel extraordinario conjunto arquitectónico en el
más total de los silencios, pero resultó imposible, porque ya había allí otros
compañeros más jóvenes y más ágiles que subieron antes, y porque continuaron
llegando otros más. Así que, no habiendo modo de observar y meditar en la
quietud, cinco minutos después di por concluida mi visita hasta la construcción
más alta de La Quemada, solicitándole a un colega que me tomara una foto para
poder algún día probar que “yo también estuve allí”.
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