sábado, 8 de febrero de 2014

Breve reseña del Tercer Coloquio Regional.



Nuestro estimado amigo, Abelardo Ahumada, presidente de la Asociación de Cronistas de Pueblos y Ciudades del Estado de Colima nos envía esta reseña que publicó el domingo 26 en Diario de Colima.
(http://www.smhag.org/?p=374)

26 de enero de 2014.

Abelardo Ahumada

Hace ocho días, en un bonito hotel de la playa de Las Brisas, se llevó a cabo el Tercer Coloquio Regional de Crónica, Historia y Narrativa, Manzanillo 2014, con la participación de 35 ponentes de Colima, Jalisco y Michoacán, quienes atendiendo a los términos de la convocatoria que para esos fines se publicó el 1° de octubre anterior, inscribieron sus textos bajo la denominación genérica Relatos de Mar y Tierra. Dando con ello continuidad así a los dos coloquios regionales anteriores (Colima, Col., 20 de enero de 2012; Ciudad Guzmán, Jal., 19 de enero de 2013), cuyas temáticas fueron, respectivamente, “Historias Compartidas del Camino Real de Colima y sus Ramales”, e “Historias de los Volcanes de Colima y Pueblos de sus Alrededores”.

Organizados estos tres coloquios por la Asociación de Cronistas de Pueblos y Ciudades del Estado de Colima, y por la Asociación de Cronistas Municipales del Sur de Jalisco, han tenido todos la cuádruple pretensión de recoger, reunir, exponer y difundir algunos de los muchos y diferentes textos que de todas las temáticas señaladas se han podido escribir en los tres estados que se mencionan. Todo ello a partir del reconocimiento explícito de que ninguna de las tres entidades puede escribir o entender su respectiva historia circunscribiéndose a los límites territoriales, y sin tomar en cuenta la amplísima vinculación que a lo largo de los siglos han tenido (y seguimos teniendo) los habitantes de esta hermosa región; como se ha podido demostrar, incluso, al estudiar los numerosos vestigios arqueológicos que se han localizado en la región, y en los que se percibe que ya desde antes de Cristo había un intercambio tecnológico, comercial y cultural entre los pueblos del área, cuando no, también, tiempos de graves y fuertes desavenencias que derivaron en enfrentamientos bélicos en los que unos trataban de someter a otros.

En esta ocasión, y teniendo como resultado de los coloquios anteriores dos libros colectivos publicados, se presentaron, dije, “en tiempo y forma”, 30 escritos, y cinco más post-fechados. Por lo que se puede afirmar que la respuesta a las convocatorias ha ido creciendo, pues la primera ocasión sólo se entregaron 24, la segunda 30, y en esta 35.

La ceremonia inaugural fue conducida por Miguel Chávez Michel, cronista de Armería, y en el presídium estuvieron Horacio Archundia Guevara, cronista anfitrión; una regidora manzanillense, cuyo nombre, lamentablemente, no alcancé a anotar; así como el arquitecto Berlarmino Cordero, representante del alcalde de Colima, y los presidentes de las dos asociaciones mencionadas.
Aspecto general del Tercer Coloquio en el momento de la inauguración.
Aspecto general del Tercer Coloquio en el momento de la inauguración.


Entre los 35 ponentes hubo, como el nombre mismo del coloquio indica, tanto escritores, como cronistas e historiadores; a los que se sumaron algunos paisanos inquietos que, aun siendo ya “personas de la tercera edad” -como dijo alguna- se dispusieron, por primera vez en su vida, si no a escribir, sí a exponer algo de lo que han escrito. Pluralidad versátil que impidió el aburrimiento de la concurrencia, pese a que las exposiciones duraron casi ocho horas.

Como resulta imposible hacer mención aquí de todas las ponencias, resumiré cuatro o cinco como interesantes “botones de muestra”, pidiéndole de antemano disculpas a los compañeros que no mencionaré, y sin que ello signifique que las que habré de comentar hayan sido mis preferidas o sean las mejores que se presentaron, pues todas tienen su valor.

Para modificar un poco el procedimiento usual, comenzaré por aludir las ponencias que se presentaron ya casi al oscurecer, comenzando por la de Jesús Negrete Naranjo, cronista de El Grullo, Jalisco, quien haciendo gala de su erudición clásica (pues él estudió en el Seminario de Colima cuando allí brillaron grandes latinistas), habló, sin embargo, de un muy conocido paisano suyo que, habiendo sido un rico hacendado en su natal terruño, tuvo un día que enfrentar a facinerosos que querían despojar de sus propiedades a sus padres, matando algunos. Obligándose días después, en consecuencia, a irse de allí para evitar su propia muerte por venganza.

El paisano aludido era, nada menos que Nicolás Rivera Sánchez, quien por ahí a finales de los años 30as del siglo pasado se avecindó en Manzanillo, y llegó a ser administrador del Hotel Colonial, que durante los 40as y los 50as fue el mejor del puerto.
Por tercera ocasión se han logrado reunir cronistas, historiadores y narradores de Jalisco, Colima y Michoacán.
Por tercera ocasión se han logrado reunir cronistas, historiadores y narradores de Jalisco, Colima y Michoacán.


Negrete Naranjo refirió la trágica vida de su voluntarioso paisano, quien justo el día de Navidad de 1944, por una violenta discusión que tuvo con el cocinero del restaurante anexo, acabó matándolo, enfrentando después al comandante municipal, a varios marinos y hasta a la ametralladora de un barco de la armada que disparó contra el cuarto que utilizó de fortín. Hechos de los que, según Jesús, se han compuesto lo menos un par de corridos, de los cuales uno dice: “Rivera hirió al cocinero/ del mismo establecimiento/ con filoso verduguillo/ en un intento violento/. Y así empezó el movimiento:/ Les hizo el mundo maraña/ a marinos y soldados/ mataba puros armados/ los traía desatinados”.

Y como colofón de esta interesante ponencia, Cuquita de Anda, colaboradora de Diario Mujer, que también participó en el Coloquio, nos dijo que, basándose en dicho episodio, Alberto Isaac Ahumada, el cineasta colimense, filmó la película Maten a Chinto, en la que a ella le tocó desempeñar un papel.

Otro de los últimos ponentes de aquella tarde fue el profesor Héctor Manuel Mancilla Figueroa, el que, con sencillez y humildad nos dijo que en 1935, cuando nació en Minatitlán, su pueblo estaba casi totalmente aislado de la civilización, porque los únicos modos que tenían entonces para viajar a Colima, Manzanillo o los pueblos del Sur de Jalisco, eran caminando o en bestia, atravesando sierras, ríos, zonas selváticas y esteros en donde abundaban los caimanes. Motivo por el cual muchos minatitlenses tenían ideas muy vagas o equívocas acerca de lo que era el mar, al que él mismo le tocó ver, por primera ocasión, cuando tenía 12 o 13 años, y salió de allá con su padre para irse a inscribir en una escuela secundaria. Citaré un párrafo de su participación para que se vea el tono tan bonito y campirano con que se escribió:

“Le avisaron a mi padre que tenía que llevarme. Yo me preocupé, por tener que ir a lo desconocido, pero por miedo a mi padre, que a veces traspasaba la barrera de lo estricto, tuve que aceptar. Salimos de Minatitlán a caballo con una fuerte lluvia, vadeamos el río crecido y por la noche llegamos a Camotlán. De madrugada salimos hacia Manzanillo en un camión de redilas al que le decían El Lechero. La brecha estaba horrible, el camión se zangoloteaba y, pese a que constantemente iban chocando los botes de la leche, yo iba contento por haberme subido por primera vez a un carro. Aunque más al rato me llegó la nostalgia y comencé a llorar; pero lo bueno fue que todavía estaba obscuro y nadie se dio cuenta. En esos momentos alguien dijo: ‘Llegamos a San Pedrito’. Vi muchas luces allí cerca y deduje que ya era Manzanillo […] En las calles había mucha gente madrugadora. Llegamos a la estación del ferrocarril y mi padre me dijo: ‘Ya hay que bajarnos’. Agarré el costalillo y brinqué. Ahí estaba la maquinota del tren con su penacho de humo que fue para mí otro motivo de asombro.
Aspecto de la convivencia en la hora de la comida.
Aspecto de la convivencia en la hora de la comida.


Cruzamos la calle y nos fuimos a tomar un café con sopitos de manteca, a un puesto que estaba situado junto al mar y mientras mi padre platicaba con unos señores yo me arrimé a la orilla a ver el ruido que escuchaba de las olas que llegaban con fuerza. Las luces de los barcos se reflejaban, alargadas, en la superficie del agua; por primera vez vi unos peces rayados y otros ovalados casi redondos. Y me quedé admirado al ver a un chiquillo que iba parado tranquilamente en una canoa y a un señor remando. En eso me habló mi padre: ‘Hijo agarra tus cosas porque ya se va el tren’. Y nos subimos a ese monstruo que con un pequeño silbido inició su marcha. Así conocí el mar”.

Berthaluz Montaño Vázquez, nos refirió cómo su abuelo, el ingenioso Fernando Vázquez Schiaffino, nacido en Guadalajara el 21 de Septiembre de 1886, se hizo cargo de la operación de la Compañía Hidroeléctrica Occidental, instalada en la ranchería comalteca de El Remate, a partir de 1930, y cómo, utilizando y acondicionando un pequeño camión de la compañía, se dedicó en sus tiempos libres a conocer y explorar las entonces casi totalmente desconocidas playas de nuestro litoral en un tiempo en que ni siquiera había brechas para llegar, y debían, por ejemplo, cruzar el entonces más caudaloso Río Armería, por el puente del ferrocarril, colocando tablones sobre los durmientes. Llevando en todos esos viajes a su familia y a no pocos “gorrones que se les pegaban”, para participar en esos tours que más parecían safaris.

Enrique Ceballos Ramos, por su cuenta, hizo una muy amplia relación de testimonios que quedaron escritos acerca de Cuyutlán, el otrora más famoso balneario colimense, refiriendo, por ejemplo, un texto de Mathiew de Fossey, publicado en París a mediados del siglo XIX, en el que, entre otras bonitas cosas, se describen las tardes primaverales de Cuyutlán: “Tan pronto como los últimos rayos del crepúsculo se han extinguido, los trabajadores regresan a descansar en sus hamacas o sobre sus esteras (petates); algunos se pasean por las calles, haciendo resonar las cuerdas estridentes de su jarana; todos se dirigen hacia donde oyen los acordes de un jarabe expresivo, alrededor del cual forman grupos alegres; por último, allá entre los ricos salineros, la edad madura, aplazando los negocios para el día siguiente, toma parte en la alegría común, ante la vista de una juventud juguetona que chacharea, ríe, canta y baila, hasta que el sol viene a poner fin a los juegos, y a conceder a esta multitud agitada y ruidosa algunas horas de descanso que interrumpe el primer canto de la chachalaca.”

Nuestro coloquio, es obvio, aunque tuvo casi ocho horas de duración, contó con algunos períodos de descanso, y desde la víspera les ofreció, a quienes se hospedaron en el hotel sede, la vista magnífica de la bahía, en la que las luces del puerto, de los barcos, de los hoteles y de las casas de la orilla se reflejaban tersamente en la superficie negra.

Al medio día, luego de cumplir las primeras dos tandas de participaciones, el grupo se congregó en la playa más inmediata para tomarse “la foto oficial”, teniendo como rutilante fondo las aguas tranquilas de la bahía y la silueta llena de hoteles y residencias de la Península de Salagua.

Antes de concluir el evento, los organizadores entregaron a los participantes sus respectivas constancias, y una especie de diplomas de honor mediante los que Virgilio Amezcua Mendoza, primer edil del cabildo manzanillense, envió a los escritores, historiadores y cronistas involucrados, dándoles o reconociéndoles la calidad de “huéspedes distinguidos” de su ciudad y, por último, los organizadores también anunciaron la próxima presentación del libroHistorias de los Volcanes de Colima, Memorias del Tercer Coloquio Regional, en Ciudad Guzmán, Jal.
Pese que los inclementes rayos del sol les pegaban directo a sus rostros, los participantes posaron con gusto para la “foto oficial” del recuerdo.
Pese que los inclementes rayos del sol les pegaban directo a sus rostros, los participantes posaron con gusto para la “foto oficial” del recuerdo.

CONFERENCIA DE ABELARDO AHUMADA EN EL ARCHIVO DE COLIMA

CRÓNICA EN IMÁGENES José SALAZAR AVIÑA