28 de julio de 2013.
Abelardo Ahumada
El jueves 25 del mes en curso se
llevó a cabo la decimoquinta sesión solemne que las sucesivas legislaturas
locales han programado en las ruinas del Mesón de Caxitlán, para conmemorar en
este caso el CDLXC (490) Aniversario de la Fundación de la Primitiva Villa de
Colima. Sesión a la que concurrieron 23 de los 25 diputados en turno; el
Secretario General de Gobierno, en representación del Gobernador; un magistrado
cuyo nombre no registré, en representación también del titular del Poder
Judicial; el presidente municipal de Tecomán, su Cabildo y un buen número de
invitados especiales que, aun bajo la sombra que les brindaban unos toldos de
tela blanca, padecieron, fuera de las oficinas climatizadas a que tan bien
acostumbrados están dichos funcionarios, el calor húmedo que suele presentarse
en toda esa verdísima zona de nuestra entidad.
Aunque la hora oficial para el
inicio de la ceremonia estaba marcada para las 10 de la mañana, la mayor parte
de los protagonistas del acto llegaron tarde y, por consiguiente, sin tener
ningún respeto ni consideración para las personas que sí acudieron con
puntualidad, los diputados iniciaron su sesión 40 largos minutos después.
Tardanza que se les podría perdonar, de no ser porque casi todos los oradores alargaron
el evento al repetir en sus consabidas salutaciones, los nombres y los cargos
de cuantos individuos prominentes ubicaron allí, pese a que desde al principio
el maestro de ceremonias ya los había anunciado.
Pero como lo que nos importa hoy
no es resaltar las fallas de los implicados, ni la falta de criterio quienes
ofenden al público llegando tarde a los actos, quiero proponer a nuestros
lectores que si no han ido nunca a conocer las ruinas del mencionado Mesón de
Caxitlán, esta semana que inicia sería una muy buena oportunidad de hacerlo, antes
de que la vigorosa maleza cubra de nuevo ese ámbito, que hoy se le puede ver
limpio y desmontado.
¿Pero por qué ir, o para qué ir a
ver sólo un cúmulo de ladrillos arruinados en medio en medio de un trozo de
selva? – Pues para conocer los últimos vestigios que restan de nuestro pasado
colonial, en el punto más cercano a donde no nada más fue fundada la villa
española de Colima, sino a donde antes estuvo el pueblo de Caxitlán, al que se
considera que pudo haber sido la capital de nuestros antepasados colimecas y residencia,
por ende, del último gran tlatoani, cuyo nombre exacto lamentablemente no
conocemos, y tal vez no conoceremos nunca.
El entorno donde hoy se miran las
venerables ruinas del espacioso mesón que hasta 1818 estuvo allí, se
caracteriza por la feracidad de la tierra, por la abundancia de palmares y
huertas de mango, limón, plátano, papayo y tamarindo, irrigadas por un
utilísimo canal proveniente de la Presa Derivadora de Jala, así como por la
presencia de muy numerosos hatos ganaderos de primerísima calidad. Por lo que
no se parece, prácticamente en nada al que rodeó a los nativos que durante siglos
allí vivieron, ni al que pudieron observar los conquistadores hace 490 años.
Pero pese a esas grandes diferencias medio-ambientales que debieron existir
entre un tiempo y otro, algo que nos impresiona siempre que vamos allí, es el
hecho de ver esos poderosos muros estrechados por las raíces de algunos árboles
o derrumbados por el abandono y los terremotos, forzándonos a reflexionar en
nuestro propio presente, sabedores que en un futuro no demasiado lejano,
tampoco nosotros estaremos ya aquí.
01 Al padre Roberto Urzúa Orozco
se deben las iniciales exploraciones de las ruinas del Mesón de Caxitlán.
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El primer individuo que comenzó a
explorar esa zona en busca de algunos vestigios que le pudieran indicar dónde
pudo haber estado el pueblo de Caxtitlán no fue ningún historiador ni ningún arqueólogo
profesional, sino un sacerdote curioso al que le tocó la suerte haber sido
párroco de Tecomán durante 19 años, en las décadas de los 50as y los 60as del
siglo pasado. Se llamaba Roberto Urzúa Orozco, fue licenciado en Filosofía por
la Universidad Gregoriana de Roma, catedrático del Seminario Conciliar de
Colima, párroco de Zapotitlán, Tecomán y Coquimatlán y Juez Eclesiástico del
Obispado. Él escribió muchísimo sobre la historia local, y un día de junio de
2005, me platicó:
“Nací en Colima, [el 22 de mayo
de 1926] en una casita que había por la calle Zaragoza, precisamente en donde
está hoy el colegio Rafaela Suárez, donde aprendí a caminar e hice mis primeras
travesuras… Mi papá era Juan Nepomuceno Urzúa, quien se dedicaba alternadamente
al comercio en pequeño y a la administración de haciendas. Cosas de ésas… Un día, ya casi para entrar al 4° año de
primaria, me llevaron a vivir a Tecomán: Era un pueblito de calles arenosas.
Muy pequeño. Sólo las calles que hoy diríamos céntricas y nada más. Caminabas
dos cuadras hacia cualquier lado y ya era el monte: una güinarera.[1]
A dos cuadras también estaba el camposanto, y eso era todo Tecomán. Nada de
platanares, limoneras o palmares como lo vemos hoy. Una simple ranchería
arenosa, caliente, muy caliente… No tenían las calles pavimentadas, ni
banquetas, y no recuerdo que hubiera una sola casa de ladrillo. La mayoría de
las casas de horcones y de varas, con piso de tierra. Las más elegantes, se
puede decir, eran de pajarete, como
se llamaba: varas tejidas también, pero cubiertas con lodo aplanado. Casas
primitivas, pues, pero un tanto frescas porque se colaba el viento… El padre
José María Arreguín era el párroco, y él fue quien me indujo a entrar al
Seminario. Al que ingresé poco después del terremoto de 1932, que me tocó
padecer estando todavía en Tecomán… Casi veinte años después, el señor obispo,
don Ignacio de Alba, me ordenó irme como capellán a Tecomán para auxiliar a mi
ya muy anciano padrino. Y cuando él murió, me quedé allí, ya como párroco
titular… Desde chiquillo había visto que aun cuando la parroquia de Tecomán
tenía como su patrón a Santo Santiago (el 25 de julio), también celebrara unas
fiestas dedicadas a la Virgen de la
Candelaria (el 2 de febrero), y ya como cura me intrigaba saber cómo, por qué o
desde cuándo habían iniciado esas tradiciones religiosas… Unos meses después de
que me incorporé al curato, mientras me hallaba tratando de limpiar un
empolvado cuarto, vi una caja vieja que abrí, y en la que me encontré unos
libros parroquiales muy antiguos. Los desempolvé y los comencé a hojear,
dándome cuenta de que uno de ellos tenían por lo menos dos siglos, dada la
caligrafía con la que estaba escrito… Con mucho cuidado, porque había unas
hojas casi deshaciéndose, comencé a tratar de inteligir qué decía esa escritura
tan difícil de interpretar, y me encontré con que hablaba de cosas ocurridas en
un pueblo muy antiguo del que nadie se había ocupado antes, y que se llamaba
Caxitlan o Caxitlán. Me emocioné con el descubrimiento y me comencé a interesar
por conocer esa veta histórica que nadie, al parecer, había explorado […]
Busqué a don Alfonso de la Madrid para que me
ayudara a paleografiar unas copias fotográficas que le tomé a la carátula y a
algunas páginas de ese libro que, aun datando de 1700, decía libro nuevo por lo que deduje que si
éste era nuevo, debió de haber existido entonces un libro antiguo que desafortunadamente no llegó a mis manos, pero
que, igual, debió de abarcar también los datos de casi un siglo, como abarcaba
ése.
Don Alfonso de la Madrid y otros paisanos
aficionados a la historia local me comenzaron a compartir otros documentos que
iban hallando y que lo mismo hacían referencia sobre el desaparecido pueblo de Caxitlán
y su parroquia. Después junté todos los datos obtenidos, inferí la posibilidad
de que Caxitlán haya tenido que estar muy cerca del Río Grande de Nahualapan
(hoy Armería), en el Valle de Tecomán y, finalmente comencé a explorar el área
con ayuda de guías locales, no hallando vestigios de ningún pueblo, hasta alguien
me dijo que había visto las unas ruinas y me fui a explorarlas, deduciendo por
su extensión y formas, y algunas noticias recogidas en los libros parroquiales,
que aquél debió de haber sido el Mesón de Caxitlán.
02 Réplica de una vivienda de las
que prevalecían en el área durante los años de la conquista.
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Seguí estudiando el libro y otros documentos hasta
tener la certeza histórica de que la parroquia de Caxitlán se quemó hacia 1800,
obligando al cura de aquel entonces a cambiarla a Santiago Tecomán, donde
prosiguieron los cultos ya señalados.
03 La naturaleza y el abandono han venido dando lenta cuenta de lo que fue un próspero antecedente de los hoteles actuales. |
[Después de estar todos esos 19
años en Tecomán, fui trasladado a Colima y, ya ahí, teniendo tiempo para
dedicar a la historia…] fueron saliendo, entre varios otros textos que en este
momento recuerdo, y que no te los mencionaré en orden, El Hospital de Tecoman, relativo a la existencia de los primeros
hospitales franciscanos que hubo en nuestra región […] Las Parroquias de Caxitlan y Tecoman, que derivó del estudio de
aquel antiguo libro revelador del que te platiqué hace rato. Luego escribí un
largo capítulo titulado Los Tecos, un
pueblo sin historia, y obviamente, otros fascículos sobre la Conquista de Coliman.
Con ésos y otros fascículos
integré finalmente un libro que titulé Coliman,
Caxitlan y Tecoman. Que fue seguido por mi Trilogía Histórica de Colima, que contiene un largo estudio sobre El Camino Real de Colima; otro que
titulé La Muerte
del Indio Alonso, y uno más, relacionado también con la conquista de
Tecomán, sobre la vida de Jerónimo López, un soldado español que vino aquí
junto con Gonzalo de Sandoval, y que, según él mismo escribió en una carta,
permaneció dos años viviendo en la Villa de Colima, yendo a pelear en donde se
necesitara, pensando que le dieran un premio o galardón por los esfuerzos y
gastos que aquí había realizado, perdiendo incluso un par de carísimos caballos
en ello”.
04 El Congreso local y sus invitados especiales posando para la histórica foto junto al único muro del mesón que permanece en pie. |
Este jueves 25, sin embargo, como
no hubo nadie que hiciera la más mínima alusión al trabajo de este investigador
durante la ceremonia conmemorativa del
CDLXC (480) Aniversario de la Fundación de la Primitiva Villa de Colima,
quise yo mencionar al muy culto y entusiasta investigador, Roberto Urzúa
Orozco, quien falleció, a los 82 años de edad, el 5 de junio de 2008.
05 Invitados especiales, los cronistas del estado de Colima. |
Entiendo que quizá el padre
Roberto encontró su vocación de historiador por un evento circunstancial, pero entiendo también que de
no haber sido por las investigaciones y las exploraciones que él realizó, tal
vez no tendríamos hoy tanta y tan bonita luz sobre nuestros orígenes como
colimenses. Lo que me lleva a decir que quienes vivimos en Colima tenemos una
deuda de honor y agradecimiento con el padre Roberto Urzúa Orozco. En cuyo
recuerdo muy bien podría imponerse su nombre a una escuela, una plaza o una
avenida. Reconociéndole así, el grato y agradecido recuerdo que conservamos de
él.
06 La sesión de nuestra asociación de cronistas y nos acompaña el Presidente Municipal de Tecomán, Ing. Héctor Raúl Vázquez Montes. |
07 Después de nuestros trabajos a compartir el pan y la sal. |
08 La mar del sur, con sus peligrosos vaivenes en Pascuales. |
[1] Los güinares son unas
plantas herbáceas muy abundantes y sumamente resistentes, que llegan a medir
hasta un metro de alto, pero crecen más rápido que las milpas y pueden ahogar a
éstas. Se les considera plaga. Una güinarera
sería, pues, un campo infestado de güinares.