jueves, 5 de mayo de 2011

Reseña de un viaje a Talpa. Primera Parte.


Talpa, Abril de 2011
Primera parte

Abelardo Ahumada



Cuca, Oralia, Betty, Chuy (de rodillas) y Cuitláhuac Lozano al fondo, disponiéndose a partir.


 Primer descanso a las 7:20 en el Llano de Toxín, municipio de Tolimán, Jal.


El Cañón de Toxín. Necesitamos dos horas y media para cruzarlo.


Una gigantesca parota nos dio su sombra una hora después de Paso Real. Nótese la dimensión del tronco.


A las 3 p.m. llegamos de nuevo al río, donde Fidel Pérez nos esperaba con unas sabrosas tilapias que estaba friendo.


A las 19:20, luego de casi 9 horas de caminar, instalamos nuestro primer campamento entre el pueblo y el tío de Tuxcacuesco.


Si uno se guía sólo por lo que ve a su alrededor, uno podría creer que, siendo una costumbre o tradición local, las peregrinaciones a Talpa tendrían que ser muy fáciles y poco significativas pero ¿realmente son así? – Creo firmemente que no.
La primera ocasión que fui a visitar ese santuario fue en marzo de 1961, para la fiesta de San José. Y aunque sólo era un niño de 7 años, se me quedó muy grabado el viaje porque me pareció toda una epopeya entonces, en la medida de que tuvimos que irnos en camioneta por Manzanillo y Cihuatlán, y desde allí hasta Autlán por la carretera que apenas estaba en construcción entre Guadalajara y Barra de Navidad, para seguir por una brecha dificilísima hasta el referido Talpa, durando más doce horas en llegar,  y habiendo tenido la oportunidad de conocer el primer bosque de pinos que conocí en mi vida, y de ver, caminando por angostas veredas y sobre a esa vieja y dificultosa brecha, a cientos de pobres gentes que, calzando huaraches y aun descalzos, iban a pedir favores a la Virgen, o a pagar sus mandas.
Transcurrieron casi cuarenta y cinco años para que volviese a ir a Talpa en el 2006, pero en automóvil y por una carretera totalmente pavimentada, observando, como casi medio siglo antes, a las hileras de gente que, movidas por su fe, iban desde diversos lugares a lo mismo dicho. Sin que pudiera explicarme cómo es que todas ellas hallaban la suficiente resistencia como para poder llegar luego de siete días de caminar, por ejemplo desde Tecomán; seis desde Comala o Villa de Álvarez,  o cinco desde Minatitlán.
El hecho ahora fue que, después de haberme resistido durante varios a las invitaciones que dos buenos compañeros profesores me hacían para ir a Talpa con ellos a pie, en febrero de este 2011 finalmente me decidí, y comencé a levantarme más temprano para entrenar, caminando un rato más que de costumbre.
El profesor que myormente insistió en que los acompañara fue mi amigo Simbad Mejía Mendoza. Y fue con él, con su hermano Abel, y con su yerno Omar González, que nos dimos la primera cansada de entrenamiento, subiendo un domingo de marzo desde Juluapan hasta El Campo 4, en sólo tres horas con 15 minutos de muy recio caminar.
La salida se programó para las 4 a.m. del viernes 15 de abril (Viernes de Dolores). Y estábamos programados para caminar trece personas desde el pobladito de El Sauz, en el municipio de Minatitlán, Col., pero luego faltaron dos y otro se nos incorporó hasta el segundo día. Finalmente salimos 11 de a pie y 4 como personal de apoyo, en una camioneta de doble rodado, donde se llevaron los bastimentos, varios garrafones de agua, las bolsas de dormir, las mochilas y algunas sillas plegadizas.
Llegamos a El Sauz todos a bordo de la camioneta, a las 5:30, con algo de neblina, unas pocas luces difusas y un coro de gallos que cantaban desde sus corrales o desde las ramas en donde durmieron al próximo amanecer. Probamos nuestras linternas, nos reacomodamos el calzado, y diez minutos después emprendimos la marcha en fila india por la primera de las numerosas cuestas que habríamos de recorrer durante los cinco días siguientes.
Encabezando la marcha iba José Manuel Figueroa Medina, conserje de un jardín de niños de la ciudad de Colima, con seis años de peregrinaje en su haber; seguido por el ya mencionado Simbad, con siete recorridos precedentes, y José Ramírez Cosío, maestro de matemáticas, con seis también.
Muy cerca de ellos, aunque con dificultades, íbamos Abel Mejía Mendoza, capitán de aviación ya jubilado, pero primerizo en peregrinaciones; José Adrián García Figueroa, joven asistente de laboratorio, con tres experiencias anteriores, y este redactor, que igualmente acaba de jubilarse en el magisterio, pero también primerizo en esto. Seguidos inmediatamente por las profesoras (también jubiladas) Oralia Equihua Tapia y María del Refugio Figueroa Medina, con 10 peregrinaciones a su favor, y al último, tomados de la mano como si todavía fueran novios, el profesor Jesús Villanueva Gutiérrez, con otras seis peregrinaciones salteadas en su vida, y su esposa, Betty Ruiz Rodríguez, tan primeriza como Abel y yo. En total puros “pollitos” de entre 50 y 60 años cumplidos, excepto Manuel de 48 y Adrián de 32.
Aunque ese primer momento lo transitamos a oscuras y sólo con el apoyo de nuestras linternas, sé, por conocer la región, que fuimos subiendo y bajando en medio de una encinera, hasta llegar, ya bien amanecido, al Llano de Toxín, a las 7:20 hs., donde la camioneta nos esperaba y nos comimos algunos plátanos para ayudarnos a evitar los posibles calambres.
Un breve descanso allí, y luego la segunda, muy empinada cuesta, hasta llegar al punto más alto del camino (puertos, les dicen a estos puntos), ya en el Cañón de Toxín, ubicado éste entre el Cerro Grande, imponente, y el Cerro de Enmedio, gigantesco también.
Ahí nos esperaban, preparando ya el desayuno (huevos fritos con jamón y tocino), al pie de un hermoso salate de hojas tiernísimas, Lino Lozano Hernández (mi ex compañero de la primaria, al que tenía más de 40 años sin ver), su hijo Cuitláhuac, y Fidel Pérez Duarte, cuñado de Simbad, originario del Campo 4, trabajador de la U. de C.,  y su hijo Pepe, de unos 13 años.
De las 9 a las 9:50 permanecimos allí, y comenzamos a caminar por el fondo del hermoso e impresionante cañón, del que algún día posterior les comentaré algunas historias. Asombrándonos con sus escarpaduras de varios cientos de metros de alto.
Después de otra hora de caminar, se inició el descenso entre los cerros hacia el famosísimo Llano Grande, en el que Juan Rulfo ubicara la mayoría de sus cuentos. Yo iba esforzándome a seguir yendo entre los punteros porque conocen veredas que cortan camino y no era nada práctico desdeñar la posibilidad de ahorrarse unos cientos de metros en esa rasposa brecha.
Al filo del medio día el Sol estaba haciendo estragos sobre nuestros cuerpos. Algunos compañeros ya comenzaban a rezagarse. Y fue entonces cuando comprendí mejor, al ver ya cerca el Llano Grande, porqué Juan Rulfo tituló a su libro El Llano en Llamas.
El solazo, pues, comenzó a desgastarnos, y desgastados llegamos (a las 12:10), como a un oasis, a la primera tienda que nos encontramos junto a la iglesia de San Pedro Toxín, municipio de Tolimán, Jal., en donde, según el gusto, saciamos la sed con refrescos, jugos o cervezas heladas. Luego, ya sin sed, hubo un primero que se despojó de su calzado para aliviarse un poco los dolores que le habían provocado nuestras primeras 5 horas y media de andar, y lo imitamos todos. Mientras que íntimamente, y no sin temor, me preguntaba: “¿Cómo será lo demás? ¿Aguantaré?”
El reposo nos dio mucha fuerza, y luego nos aproximamos a un sitio bellísimo, lleno de sabinos, en la ribera del río que allá todavía le dicen Tuxcacuesco, y que para nosotros es el Grande, o Armería.
Comenzado a transitar junto a muchas buenas parcelas de riego cubiertas de maíz elotero, sandías y melones. Caminamos todavía un buen rato junto aquel verdor y luego seguimos por hora y media atravesando unas tierras resecas, bajo una incandescencia solar tan fuerte que nos hacía sentir a punto del desmayo. Hasta que a las 15 horas los primeros llegamos nuevamente a un vado junto al río, donde debajo de unos guamúchiles nos esperaba el equipo de apoyo, listo para freírnos unas tilapias sobre un disco de arado, para respetar la vigilia cuaresmal.
Dos horas de descanso con algunos minutos de mala siesta nos pusieron de nuevo en marcha, yendo sobre una carpeta asfáltica. A las 19:20, luego de 9 de marcha efectiva y con poco más de 45 km. andados, llegamos al fin de nuestra primera jornada, instalando nuestro campamento al pie otra vez del mismo río, a cien metros de donde se hallaba un circo con la música a todo volumen.
Cincuenta, sesenta o más personas de otras peregrinaciones (una de ellas de Villa de Álvarez) ya estaban acomodadas antes que nosotros allí. Un buen señor que dijo llamarse José Pérez, que tiene una casa junto a la ribera, nos permitió entrar al excusado y a su regadera, pero nuestro cansancio era demasiado y sólo el capitán Mendoza se dispuso a soportar el regaderazo frío.
Cenamos cereal con leche y nos dispusimos a dormir como a las 21:30, pero era noche de viernes y había muchos jóvenes en las calles, manejando sus camionetas con sus sonidos muy altos, y no nos dejaban conciliar el sueño. Dormitamos, pues, hasta las 2:15 a.m., cuando en el celular de José Ramírez Cosío se comenzó a escuchar la melodía de El bueno, el malo y el feo, que nos despertó. No sé, la verdad, cómo fue que pudimos levantamos, pero lo hicimos. Luego recogimos el campamento y a las 2:50 ya íbamos caminando otra vez, acompañados por la Luna llena que nos iluminaba el sendero.
(Continuará).

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