domingo, 29 de enero de 2012

“El Camino Real de El Mamey”



ABELARDO AHUMADA

HACE 10 días, exactamente el 20 de enero pasado, mientras se desarrollaba el Primer Coloquio Regional de Crónica e Historia, me tocó escuchar dos interesantes ponencias: la del licenciado José Mancilla Ramírez, y la del profesor Héctor Manuel Mancilla Figueroa, minatitlenses ambos, y primos, creo, que hacían referencia al “Camino Real de El Mamey”. Un camino que si no tuvo nunca la calificación de “Camino Real” por parte de las autoridades novohispanas, sí la tuvo por parte de la gente que lo transitó, pero que en todo caso iba –según el profesor Mancilla– desde Sayula hasta el mar, pasando por donde hoy es Minatitlán. Un camino que, según el mismo autor, quien es el cronista de Minatitlán, “fue utilizado durante siglos por los indígenas, quizá en su carácter de tamemes, por españoles durante la conquista y últimamente por todo tipo de personas”.

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Al escuchar las descripciones que los dos Mancilla hicieron en su momento, entendí que se trataba de una muy antigua vereda que servía como una especie de atravesadero o “vía corta” entre los viajeros que, procedentes de Guadalajara y sus alrededores, iban hacia los puertos de Salagua y Navidad o viceversa.
Un antiguo camino, en su caso, que cuando fue incluso transitado en parte por los indios de Tololmaloyan que servían de vigías en el Puerto de Salagua, se puso cabalmente de manifiesto a lo largo de todo el álgido siglo XX, tras de que Manzanillo se convirtió en un puerto de altura y comenzó a incrementar su comercio con los pueblos del famosísimo Llano Grande, en donde, por supuesto, destacaban San Pedro, Tolimán, Zapotitlán, Tuxcacuesco y San Gabriel, por sólo mencionar algunos, así como las grandes haciendas de “Telcampana, Chichahuatlán, La Media Luna y otras”, que desaparecieron después “por el reparto agrario”.
En su muy largo transcurrir, ese camino tenía varias derivaciones que comentó don Héctor, y que yo he visto en los viejos mapas decimonónicos: una que siguió, por ejemplo, en algunos tramos, el trazo de la carretera Manzanillo-Minatitlán, y otra que, descendiendo desde la exhacienda de Miraflores, iba siguiendo el curso del río Marabasco hasta Cihuatlán, y otra que descendía por el arroyo de Chandiablo hasta el potrero de Las Humedades, para llegar a la entonces también hacienda de Santiago. Y otra que se desprendía precisamente desde “Agua Salada y se dirigía hacia la cuenca del Río San Palmar, para pasar por la Hacienda de Platanarillo, Mixcoate, Pueblo Nuevo y Juluapan, vadear el Río Armería, pasar por el callejón de El Centenario a Villa de Álvarez y hacer su entrada a la ciudad de Colima (por la calle Manuel Álvarez, o por la 5 de Mayo)”.
Todo ello sin mencionar aún otro buen trecho que va desde Minatitlán hasta San Antonio, La Loma, La Salada, Toxín y El Llano Grande.

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En el inicio de sus comentarios, Pepe Mancilla citó una bonita descripción que en su tiempo hizo un historiador al que todavía no se le ha hecho ningún reconocimiento público, pese a todo lo que aportó. Me refiero al padre Crecenciano Brambila, que en el párrafo citado dice: “El pueblito de Minatitlán, Col., está a orillas del río Marabasco, muy cerca del nacimiento llamado Chintota; en una hermosa cañada amurallada por los escarpados y elevados cerros de Peña Colorada y de los Juanillos, que extienden sus enhiestos brazos, rumbo al norte, hasta encontrar la Sierra Madre Occidental en el puerto de Toxín”. Y que junto a él pasaba ese viejo camino, teniendo a “un alto y nudoso árbol” de Mamey, “que le dio nombre a toda esta región (…), un paraje forzoso donde sesteaban los pasajeros y conductas de dinero que caminaban de Manzanillo a San Gabriel [o viceversa], pues éste era el camino real más corto rumbo a Guadalajara”. Señalando de igual manera que a finales del siglo XIX “quedó abandonado, porque gavillas de ladrones empezaron a asaltar estos caminos […] faltos de garantías”. Quedando a mediados del siglo XX, sólo unos casi “imperceptibles atajos que el tiempo ha ido borrando”.
Sin saber nada de toda esta historia, a mí me tocó transitar por algunos tramos de aquel antiguo camino cuando era un chiquillo de apenas 10 años y residía en Manzanillo: la primera ocasión ocurrió en las vacaciones de verano de 1964, a bordo de una pick up International, modelo 1956, saliendo con mi padre y el ordeñador del rancho desde la ranchería de Santiago. Recuerdo que primero nos adentramos por un tramo de mala brecha en una zona bastante selvática, y que después nos fuimos siguiendo la mayor parte del trayecto sobre el arroyo de Chandiablo, llegando hasta el rancho del mismo nombre como una hora después, para seguir más tarde a otros ranchitos que hoy creo identificar como Huiscolotilla y Don Tomás. 

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Por el otro tramo que me tocó conocer, me llevó, ese mismo año del 64, mi tío Felipe Ahumada Salazar, siendo gerente del Banjidal (Banco de Crédito Ejidal), cuando sus oficinas estaban al otro lado del Cine Bahía, en Manzanillo.
Dicho recorrido inició también de mañanita, pasando por las casas de palafitos que había entonces sobre la laguna de San Pedrito, doblando junto a la base del cerro hasta el entonces flamante hospital civil (que hoy se mira destartalado), para iniciar desde allí, o cuando mucho desde el panteón, un recorrido pesado por una brecha sinuosa, primero hasta el rancho de Tapeixtles, luego a la ranchería de Jalipa y más tarde hasta Punta de Agua de Camotlán, atravesando por una selva densa y bajo la sombra que producían las incontables palapas de cientos de palmas de coquito de aceite, que predominaban en aquella tupida vegetación.

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Pero los tramos que pasaban más cerca de Minatitlán los describen mejor quienes allá nacieron. Pepe Mancilla recuerda, por ejemplo, que don Jesús Mancilla, su padre, un hombre culto que también escribió, le platicaba que “todos los años al finalizar el otoño, cientos de braceros de los municipios de Tecolotlán, Tenamaxtlán y otros de Jalisco, llegaban por el Camino Real del Mamey (con rumbo) a las haciendas de Manzanillo”, y que “cuando dichos braceros pasaban por el pueblo del Mamey, donde generalmente pernoctaban, se les preguntaba hacia dónde se dirigían, y que eufóricos contestaban: ‘¡A Colima!’, pero que cuando regresaban de las haciendas”, mal retribuidos y en su mayoría enfermos de paludismo, “se les volvía a preguntar ‘¿De dónde vienen?’, y que ellos, ‘astrosos, famélicos y enfermos contestaban’, con el mayor de los desganos y con la enfermedad reflejada en sus rostros: ‘De Colima’”.
Tomando sus recuerdos desde otra perspectiva, el profesor Héctor Mancilla, nacido en 1935, nos dijo que “mientras no hubo carretera, en el aspecto turístico, para los jaliscienses fueron muy famosas las fiestas del 5 de mayo en Manzanillo, así como sus playas del mar.
Para nosotros era muy común ver pasar a las caravanas (compuestas por paisanos del Sur de Jalisco) que iban a la costa y regresaban como a los 10 ó 15 días.

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A las gentes más pobres, sobre todo a las mujeres, se les veía montadas en burros con aparejo en donde por comodidad iban sentadas en una camuca: una especie de silla de madera acojinada con respaldo y agarradera. Las familias más pudientes llevaban en sus bestias mulares buenos albardones para las mujeres, los cuales tenían adornos hechos con cáñamo y mantas con bonitos bordados. (En tanto que ellas iban ataviadas con) grandes sombreros de palma (…) y con amplios vestidos floreados y de colores fuertes.
Cuando se les veía pasar por la orilla del pueblo, que era por donde transcurría el Camino Real del que hablo, los chicos nos admirábamos al ver el caminar lento de los animales, que de seguro era por el cansancio, y a las mujeres con cierto mutismo para llegar y descansar junto al Ojo de Agua de Las Higueras, en donde a la sombra de dichos árboles, calentaban sus bastimentos que era, por lo regular, tacos de frijoles, por ser lo más fácil de llevar a los viajeros”.

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Y sobre el tramo que va desde Minatitlán hasta el Llano Grande (o Llano en Llamas, como lo denominó Rulfo en su famoso libro de cuentos), al que con toda justicia se le conoce como El Cañón de Toxín, he de comentar también que al igual que muchos de los minatitlenses lo he recorrido en camioneta y a pie, siendo un trayecto escabroso, difícil, pero verdaderamente espectacular, en el que lo que más destaca son los farallones casi gemelos (o complementarios como piezas de rompecabezas) de dos gigantescas montañas: el Cerro Grande por el oriente, y el Cerro de Enmedio, por el poniente. Moles inmensas de roca calcárea que por donde quiera están llenas de rocas asperísimas, enormes cavidades y abismales cavernas, como la del Resumidero de Toxín, a la que después de explorar por más de 3 mil 200 metros, todavía no le hallan el fondo.
Sobre este tramo del “Camino del Mamey” hay una interesante historia que motivó el hecho de que en la cabecera municipal de Minatitlán exista una calle que lleva por nombre “Los Mártires de Tacamo”. Dedicada a un hecho nefasto que según los Mancilla ocurrió en marzo de 1920, cuando como reminiscencias de la Revolución, un grupo de bandoleros seudo-villistas merodeaban por aquel rumbo.
De conformidad con el relato de mis amigos, “el 13 de marzo de 1920, del pueblo de El Mamey salió un numeroso grupo de peregrinos a visitar la virgen de Talpa”, debiendo ser acompañados durante el día siguiente por “una partida de 25 hombres” de la famosa Acordada (policía rural estatal), para que pudieran cruzar el cañón sin problemas y llevarlos a salvo hasta la hacienda de San Pedro, donde los peregrinos pernoctarían para seguir hasta Talpa. Acordando volverse a ver allí mismo el 23 de marzo, para acompañarlos en el regreso.

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“Para nadie era un secreto –nos comentó Pepe, basado en un escrito de su papá– que la Acordada volvería por los peregrinos” y, sabiéndolo, los bandoleros encabezados por José y Braulio Arias, así como por “Agustín Estrada se posesionaron en la angostura de la Gloria y el paso del Tacamo”, donde concentraron a “cuantos elementos pudieron disponer”, para esperar “a la pequeña columna (de sólo 19 policías montados) que serpenteaba por (…) las fragosidades del desfiladero” y dispararles en cuanto pasaran a tiro.
Perecieron en tan tremenda emboscada once policías, quedaron cinco heridos y salieron tres ilesos que escaparon galopando velozmente en sus cabalgaduras. Todo esto antes de que los bandoleros, una vez recogido el botín, huyeran hacia el Cerro Grande.
Hoy, si algún lector pasa ahora por allí verá un conjunto de cruces en un roquedal, donde al parecer ocurrió aquel trágico acontecimiento y, atravesando la totalidad del cañón, una línea de electricidad de alto voltaje, que la CFE construyó entre la Termoeléctrica de Campos y el pueblo de Acatlán, Jalisco, aprovechando que, en efecto, ésa es la distancia más corta que hay entre Manzanillo y Guadalajara.

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CONFERENCIA DE ABELARDO AHUMADA EN EL ARCHIVO DE COLIMA

CRÓNICA EN IMÁGENES José SALAZAR AVIÑA