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Abelardo Ahumada
Cronista Municipal de Colima
Cronista Municipal de Colima
INTRODUCCIÓN: EL TRÁNSITO DE UN MILENIO
Colima inició el 2000 inmerso en la polémica de si el 31 de diciembre de 1999 había sido el último día del siglo y del milenio, o si, nada más, el último día del penúltimo año de tan enormes ciclos de tiempo.
Los ciudadanos que se inclinaban por principios matemáticos y argumentaban que una década, un siglo y un milenio no se completan hasta que concluye el último día de un año terminado en ceros (10, 10, 1000, etc.), perdieron el debate ante las autoridades complacientes y los ciudadanos contagiados por criterios comerciales provenientes de los Estados Unidos, quienes decidieron celebrar durante la noche del 31 de diciembre de ese preciso 99, el final del siglo XX, y el inicio consecuente del tercer milenio. Celebración que en nuestra entidad se manifestó con mayor fuerza y entusiasmo entre los hoteleros y las autoridades municipales de Manzanillo, quienes en conjunto gastaron varias centenas de miles de pesos en fuegos artificiales que hicieron estallar a lo largo de toda la bahía, justo al sonar las doce campanadas de la última media noche del año que concluyó en tres nueves.
Remando, pues, a favor de la corriente comercial y contra la corriente de la lógica matemática, el primer día del siglo XXI (1° de enero del 2000) llegó un sábado anunciador de cosas nuevas porque, aparte de lo social y de lo económico, este año habría de ser, tanto en Colima como en el resto del país, un año electoral. Un año al que, política e históricamente hablando, se le recordará como el año en que el PRI perdió la presidencia de la República.
La temperatura política, en efecto, estaba caldeada de antemano, dado que desde casi dieciocho meses atrás, Vicente Fox Quesada, gobernador de Guanajuato, había roto todas las costumbres de los partidos políticos en pugna, al iniciar su propia campaña para convertirse primero en candidato a la presidencia de la república por el Partido Acción Nacional, y para pretender después arrebatarle al Partido Revolucionario Institucional la primera magistratura del país. Decisión temprana que desbordó todos los diques partidistas y provocó que se “adelantaran los tiempos” para la selección de sus candidatos. Mismos que, también contra lo acostumbrado en el PRI, comenzaron a moverse con mayor anterioridad que de costumbre. Movimientos que comenzaron a darse igualmente en Colima, donde por primera ocasión, cosa por demás insólita en su pequeñez geográfica, contendieron hasta 91 precandidatos priístas en una elección interna para todos los puestos locales en disputa y, por lo que correspondió a otros frentes políticos, se conformó, por un lado, una combativa alianza electoral entre los partidos más pequeños y se suscitó, entre los demás una rebatiña rijosa totalmente inusual en el medio.
El desenlace de toda este desbarajuste fue, como ya lo habíamos expresado arriba, la primera derrota nacional del antiguo PRI, y el acceso a la presidencia del primer candidato propuesto por el no menos viejo PAN. Como decir: el fin de una era y el inicio de otra. Detalle que se marcó en Colima con un empate técnico en el Congreso y con cuatro de los diez municipios para el PAN y seis de los diez todavía para el PRI.
En el municipio de Colima los resultados no fueron muy diferentes, pues volvió a perder el partido tricolor. Allí, quién lo dijera, el primer alcalde de oposición que este ayuntamiento tuvo, fue un antiguo ex dirigente del PRI estatal, Ing. Carlos Vázquez Oldebourg, quien compitió en las elecciones de 1997 bajo las siglas del Partido de la Revolución Democrática. Cumpliéndose una vez más al popular aforismo de que “para que la cuña apriete ha de ser del mismo palo”.
Pero las elecciones del año 2000 que comenzamos a comentar, las ganó Enrique Michel Ruiz, otro ingeniero, pero de Acción Nacional; ayudado fuertemente por el famoso “efecto Fox” y porque tres años antes había logrado incrementar su capital político al contender como candidato a gobernador por ese mismo partido.
El principal mérito del primer alcalde colimote del PAN (y primero también del siglo XXI) fue el haber podido resistir el poderoso y negativo embate de los medios oficialistas (casi la totalidad) y del gobernador Fernando Moreno Peña (del PRI), quien pretendía imponerse en todos los municipios como si los alcaldes fueran empleados suyos.
En estas circunstancias, pues, se inscribió Colima en el siglo XXI. Un siglo que se está caracterizando por la inserción de todos los pueblos del mundo en los esquemas de la globalidad, al conectar o relacionar gente de todo el orbe a través de la internet, y al propiciar que, simultáneamente en toda la superficie del globo, sus habitantes vean, casi en el mismo momento en que ocurren, los acontecimientos más dramáticos o notables, como sucedió con el ataque a las Torres Gemelas de Nueva York, el bombardeo de Afganistán que se generó en consecuencia, la invasión de Irak, el sepelio de la Madre Teresa de Calcuta, los últimos viajes y la larga agonía del Papa Juan Pablo II, el mundial de fut-bol de Japón y Corea, las Olimpiadas de Grecia y el increíblemente mortal y devastador terremoto que provocó el tsunami del 26 de diciembre del año 2004.
Pero bajando desde los niveles mundiales al ámbito hogareño de los colimotes de color tropical, resulta que este primer lustro del siglo XXI los sorprendió una inesperada tromba, los aterrorizó un terremoto cabalmente imprevisto y, entre otras cosas, los introdujo de sopetón en el american way of life a consecuencias de la invasión (puede decirse) de los grandes consorcios comerciales estadounidenses, que comenzaron a instalarse en la zona conurbada de Colima-Villa de ÁLVAREZ bajo el concepto de megatiendas o supercénters.Todo ello sin soslayar un desgraciado acontecimiento: la muerte, al parecer accidental, del gobernador Gustavo Vázquez Montes y seis acompañantes más en el avión oficial que volvía de un viaje de trabajo de la ciudad de México, y que ocurrió en Tzitzio, Mich., relativamente cerca aquí de Morelia. Eventos todos a los que aludirá esta reseña, como los más relevantes de nuestro acontecer local:
LA TROMBA DEL JUEVES 30
BAILANDO EN LA OSCURIDAD
Ninguno de los pocos espectadores que la noche del jueves 30 de agosto del 2001, estaban viendo la película “Bailando en la Oscuridad” en la sala número 2 del cine Jorge Stahl, ha podido precisar con exactitud en qué minuto fue que la película se suspendió y, por el altavoz interno, alguien les conminó a desalojar la sala porque el Río Colima se había desbordado de su cauce y amenazaba con inundar el cine.
La segunda función había iniciado, según la programación, a las 19 :05 ; mientras que la tercera habría de comenzar hacia las 21 :40. En ello se basaron para calcular que, como la película ya llevaba proyectada poco más de la mitad, el momento en que el proyector dejó de funcionar y la gente tuvo que salir a enfrentarse con una corriente poderosa y turbia, pudo haber sido entre las 20 :15 y las 20 :30 horas. Tiempo en que ya el lodo y el agua rodeaban, por decirlo así, la totalidad del cine.
Entre los asustados testigos a quienes les tocó presenciar dicha avalancha, uno comentó que en cuanto la Sala 2 fue desalojada, la puerta de emergencia que da precisamente hacia el patio del cine que está junto a la ribera, tronó, se cimbró y quedó doblada como corcholata en el minuto mismo en que un torrente de lodo, piedras, basura y ramas, inundó la sala entera, cubrió la totalidad de las butacas e hizo olas hasta la mitad de la ya entonces enmudecida pantalla.
Ante el caudal imprevisto y el susto multiplicado, el personal del cine optó por abrir la escalera hacia la azotea, donde público y empleados lograron encontrar refugio.
A veinte metros de allí, sobre la acera norte de la misma avenida de Los Maestros, pero exactamente arriba del puente, el susto estuvo a punto de volverse drama, pues una anciana que vendía chicles y chocolates en un estanquillo de lámina, no pudo salir a tiempo y la creciente comenzaba ya a saltar por encima de los nueve arcos e inundar la calle.
Dos hombres salieron de entre la multitud que pronto se aglomeró y fueron a rescatar a la anciana, pero unos instantes después, el agua enfurecida derrumbó los muros de resguardo del puente y arrastró consigo nueve o diez vehículos de cuantos estaban estacionados allí, al igual que los demás puestos de tacos, jugos y tortas que desde quince o veinte años atrás habían invadido la acera sur, sin que ninguna autoridad sanitaria pudiera desalojarlos, pese a su horripilante e insalubre aspecto.
“NOMAS FALTARON LAS LANCHAS”
Mientras todo ello sucedía y los histéricos gritos de los residentes y de los trabajadores de los negocios situados en ambas márgenes ni siquiera se alcanzaban a escuchar, debido al estruendo del agua y los retumbos de las grandes piedras que arrastraba el río, una parte de éste derivó hacia el oriente y, como si trajera gusto para lucirse, se lanzó como alegre cascada descendiendo por las rampas y escaleras hacia las instalaciones del Seguro Social, fuera ya de la hora de visitas.
La sorpresa que los afanadores, los guardias, las enfermeras, los médicos y los propios enfermos tuvieron cuando escucharon estallar los vidrios de la parte norte y al ver entrar el lodazal que les invadió los asépticos pasillos, fue proporcional a la que siente un espectador de primera fila en un coso taurino al que le brinca un toro desde el redondel.
Enfermos y moribundos recibieron un chorro de adrenalina que por instantes les hizo sentirse aliviados y, viendo en la inundación el peligro de una muerte diferente a la que acaso pensaban encontrar debido a su situación, sacaron fuerzas de su flaqueza y, cargando quienes pudieron, con su propia botella de sangre o de suero, salieron del nosocomio, guiados por el personal que, haciendo de tripas corazón, los comenzó a conducir por las salidas traseras hacia la calle Corregidora.
“Fueron momentos terribles - platicó alguien que quiso guardar el anonimato -. Quedó tan súbitamente inundado aquello, que nomás faltaban las lanchas para que fuera un hospital de Venecia”.
UN SEGUNDO ESCENARIO
Casi a la misma hora en que se suspendió la función en el cine, en el instante en que los quirófanos y las salas del IMSS recibían su baño de lodo, y casi en el mismo momento también en que todos los puentes ubicados hacia el centro y el sur de la ciudad de Colima comenzaron a estremecerse desde sus cimientos por el acoso del agua, otro torrente similar se desplazaba y hacía estragos sobre el hasta entonces casi desaparecido cauce del arroyo de Pereira, en la vecina Villa de Álvarez.
Lo primero que se supo por allá es que los vecinos de la colonia Arboledas, situados en la parte más cercana a la ribera, escucharon un ruido que describieron como el bufido de una manada de toros que al unísono se hubiesen precipitado corriendo por una calle de una insólita “Pamplonada”.
- ¿De dónde viene ese ruido ?
- Como que viene del río.
- ¿Del río ? ¡Pero si ni siquiera ha llovido!
El caso es que las aguas embravecidas llegaron a esa ciudad arrastrando piedras, doblegando troncos, arrasando todo y, en cosa de un par de minutos, el explosivo torrente irrumpió sobre el bulevar María Ahumada de Gómez y, pasando a casi dos metros sobre el nivel de la calle, cruzó el vado y se fue por el cauce con una potencia tan inaudita como sólo se había visto antes en el ciclón del 27 de octubre de 1959.
La onda sonora previa que la creciente iba provocando sacó a muchos de los habitantes de las casas ribereñas que se distraían viendo las consabidas telenovelas. De las catástrofes televisadas cada noche pasaron a otra de la vida real, en la que, tras la brevedad de un instante, comenzaron a ver sus casas anegadas, sus muebles flotando y sus vidas corriendo peligro.
Quienes pudieron salir, corrieron. Quienes no, subieron hasta las bardas y las azoteas más altas, pudiendo constatar desde allí que las casas en donde se creían seguros de repente se habían convertido en fácil presa del agua.
Uno a uno todos los puentes del Pereira al sur fueron recibiendo el golpe del ariete líquido en que por espacio de diez o quince angustiosos minutos se convirtió el que se creía un extinto arroyo.
Seis o siete vehículos, carros y camionetas, fueron succionados por el jalón de la creciente desde las primeras calles al norte de la ciudad y arrastrados ribera abajo.
El puente de la avenida Manuel Álvarez perdió sus muros también, el vado de la Matamoros se convirtió en remolino amenazador e invadió casas, talleres, oficinas y hasta la cárcel municipal.
Por encima pasaron algunos coches llevados como juguetes de un niño violento y travieso. Tres vehículos quedaron prensados en el muro norteño de vado antes de que, dos cuadras abajo, el súbito e intempestivo caudal cobrara su cuota de víctimas humanas.
¿De dónde, sin embargo, venía tantísima agua ?
LA OLA QUE TRAJO EL RIO
Las primeras versiones que se difundieron en torno al origen de la sin igual creciente del Colima y del Pereira hablaban de que había llovido “por el rumbo de Joyitas”, al norte de Villa de Álvarez, durante cerca de hora y media, algo así como 300 milímetros de agua y que, dado que había sido un aguacero violento, repentino y demasiado concentrado muy bien merecía el calificativo de tromba.
En Joyitas, sin embargo, una joven señora me dijo que había sido una lluvia “fuertecilla pero normal”. Don Eliseo Cernas Rivera, su compadre Raúl Tinoco Gaitán y don Don Agustín Maldonado Estrada coincidieron en explicar que en Joyitas sí había llovido como entre uno hora y media o dos, mas “nada del otro mundo”.
Pero don Agustín agregó un detalle:
“¡Un amigo de por ahí abajo nos dijo que allá, cerca de La Villa, en donde tiene la huerta don Manuel Córdova, arribita de la ex hacienda de El Carmen, en los terrenos del difunto Desiderio Silva, se desvió una parte del Río Colima y se le juntó al Pereira, y que una presa que tenían los del rancho del Majahual no pudo con tanta agua, y que ésa presa fue la que tronó, pero quien sabe, yo no lo he visto”.
Cerca de ahí, en la ex hacienda de Chiapa, otro señor cuyo nombre no logré registrar, comentó:
“El jueves, como a las siete y media de la noche, ya cuando acabó de llover, nos salimos a platicar y nos juntamos en la tienda de la señora Esther Gaytán... No habíamos durado mucho cuando comenzamos a oír un gran ruido y ahí dijimos:
- ‘Bueno, y ese ruidajazo ¿de qué depende?’.
- No, pos es el río que va crecido – dijo uno.
- Pa’ mí que ha de ser el mar- bromeó un cabrón.
- No, pos ¿cuál mar?, y nos quedamos ahí cotorreando todavía hasta que, al rato, vamos sabiendo por una estación del radio de toda la tragedia que estaba pasando en Colima.
- ¿Entonces sí llovió también mucho aquí?
- No, aquí no llovió tanto... Al otro día yo me fui para arriba y vi, en el arroyo de Los Indios, que baja por ahí por Las Cuevitas, que se une más tarde al Río Verde, donde yo tengo una playita, que la creciente había arrasado con árboles y con todo lo que encontró a su paso. Por eso, más bien, yo creo que la tromba fue entre el rancho de Los Zapotes, El Carrizal y todo eso por ahí para arriba, en las faldas del volcán.
- ¿Por El Coyonque?...
- ¡Ándele, por El Coyonque, que es donde nace el río!
Allí mismo, en Chiapa, don Lorenzo Maravillas Rodríguez explicó que, a sus sesenta años de edad no había visto, ni siquiera cuando el ciclón de 1959, una creciente tan fuerte como la que bajó el día de la tromba tanto por el cauce del Río Verde (o Colima), como por el arroyo de Las Grullas:
“Tengo entendido, según me lo han platicado mis amigos, que lo fuerte de la tromba pegó allá por las faldas del volcán, donde en las laderas y en las barrancas nos tumbó huertas de café y nos levantó un promedio de mil seiscientos metros de tubería [para el riego]”.
“Comenzó a llover allá arriba como a las cuatro de la tarde. Aquí con nosotros como a las seis y media fue lo fuerte... La creciente del Río Verde, yo creo que porque es más colgado que el de Las Grullas y tiene más entradas de otros arroyos, bajó más pronto y fue lo que ocasionó que en Colima fuera tan pronto que llegó allá la creciente.
“El de Las Grullas es más parejo, pero de todos modos nos hizo unas cosas, nos tumbó los puentes...
“La creciente del de Las Grullas pasó aquí como a las siete y media. La del Río Verde un poquito antes...
“Respecto a dónde llovió, yo pienso que ha de haber sido a la altura de El Rancho Viejo, El Naranjal, La Lima y Montitlán, estuvo muy cercas de aquí”.
Don Manuel Contreras Deniz, de 82 años de edad y 45 residiendo en Chiapa y sus alrededores, confirma lo sorpresivo de la tromba y anota que contra lo que ha creído la gente de que se habría roto algún bordo o alguna presa, en el caso de la que está cerca de Chiapa, sobre el arroyo de Las Grullas, realmente no pasó nada porque como ya estaba llena desde antes, “la creciente que nos llegó simplemente pasó por encima del agua que ya estaba estancada en el bordo. Que sí esté vacía, entonces sí se hubiera llevado el bordo porque le hubiera dado muy fuerte... Pero de todos modos el arroyo de aquí pa´abajo sí hizo averías”.
CUANDO TE RONDA LA MUERTE
En Villa de Álvarez, perpendicular a la calle Nicolás Bravo, hay una callecita “privada” cuyo suelo y el de las viviendas adyacentes se construyó sobre un playón del arroyo de Pereira, hace ya más de 20 años. Es un predio rellenado con escombro y con cascajo, en el que se concentran, junto a un muro de contención como de 2.5 metros de alto encima del pedregoso cauce, quince viviendas precarias.
Eleuterio Martínez, quien al menos hasta la noche del jueves 30 de agosto viviera en el número 105 de la dicha privada Nicolás Bravo, comentó su experiencia:
“Yo estaba adentro de mi casa cuando se oyó un estruendo muy fuerte, como un temblor y salimos corriendo para la calle y vimos que el río venía con una fuerza endemoniada. Gritamos y salieron todos los vecinos... Los últimos que salieron iban ya con el agua a la cintura, pero afortunadamente todos se salvaron.
“El agua llegó hasta como un metro sesenta de alto por encima del puente y de la calle... En cosa de cinco minutos todo esto se inundó, nuestra calle parecía una laguna... El agua llegó casi de un solo golpe, de sopetón, arrastrando todo a su paso.
“Después se tapó con un árbol o un coche el hueco del puente, se hizo aquí un dique y el nivel comenzó a subir y a subir, fue entonces cuando se llevó a la señora Estela Tadeo y a sus hijos que vivían aquí enfrente, en abarrotes San José”.
El señor Alvaro Ponce Ruiz, vecino también de la privada Nicolás Bravo, dice que él acababa de llegar de visita a casa de su hermana situada como a ochenta metros del río, cuando...
“Oí un ruidajazo y salimos a ver. Ya cuando salimos estaba el agua pegando sobre las canchas deportivas que están aquí junto. Quise correr para avisarle a mi esposa pero el agua ya no me dejó pasar.
- ¿Le sucedió algo a ella?
- No. Pues se alcanzó a salir como casi toda la demás gente. Pero el agua se llevó todo en mi casa. Nada nos dejó, sino un cilindro de gas que quedó enredado en unos bejucos y alambres, una mesa y un estéreo mojado del que todavía debo unos pagos.
Cerca de allí, pasando la calle, había un segundo puente, este sí particular, hecho de bases de cemento y piso de madera, que servía de acceso a una casa con gran patio y portales que más parecía un rancho que vivienda de la ciudad. Dicho puente desapareció, y en la casa, la señora Juana González de Vuelvas, una señora ya grande, vivió momentos de gran angustia desde cuando comenzó a escuchar el gran ruido que precedió a la creciente:
“Estaba yo sentada, viendo la tele, cuando comencé a escuchar un ruido horrible. Entonces yo me paré y dije. ‘¿Estarán lloviendo piedras o que?’. Abracé a un nietecito que estaba conmigo. Me asomé al patio pero ni siquiera los árboles se movían. Entonces lo único que yo dije de pronto fue: ‘¿Dios mío, nos vas a acabar o qué?’.
“Otro nieto más grande se asomó al río y me dijo que estaba llegando agua. Me asomé tantito y voy viendo el mundo de agua que venía para acá, y corría yo para adentro y corría yo para afuera, sin saber qué hacer... El corazón me apretaba en el pecho. Me sentía borracha o no sé cómo, como que me iba a dar un paro... Me metí para el corral con un niño cargando y otro en la mano... Ahí me encontré a José, mi esposo, y me dijo: ‘Vénganse para el cuartito de adentro, que acá no se va a meter el río’. Y entonces veo la bocarada de agua que entró por el cancel y llenó en un momento el patio.
“Yo no sé lo que pasó enseguida pero el caso es que tiré las chanclas y, con el niño abrazado, me subí a la azotea por una escalerita por la que nunca me subo porque me da miedo.
“Ya arriba volteo para el otro lado e igual de agua. ¿Sabe? ¡Ay, no, no, era una cosa horrenda! Y empiezo a oír a la señora Tadeo, sus gritos: ‘¡Mis hijos! ¡Mis hijos! ¡Mis hijos!’ ¡Ay, no, estaba yo muriéndome de miedo! Y ya de un de repente ya no se oyó la señora. Yo creo que es cuando se fue ella.
“Al otro lado estaban también unos niños solos, en la azotea, porque sus papás se habían ido a trabajar, llore y llore.
“Mi esposo los tranquilizó, diciendo que ya había pasado todo... En eso, ya cuando se calmó de veras, llegó un policía y nos ayudó a bajar por unos palos que parecían como de una camilla o algo así”.
En Colima, afuera de la clínica del Seguro Social, en la cafetería que está en la esquina, sobre la parte más alta de la inclinada calle, el joven Enrique Preciado Alcaraz, nos comentó que entre las ocho y nueve de la noche, comenzó a ver unas personas en la esquina de Corregidora y avenida de Los Maestros, que estaban viendo hacia el lado del río Colima, pero no le dio importancia, hasta que comenzó “a ver gente correr desde puente hasta acá, perseguidos como por una especie de ola de lodo”.
“La gente gritaba histérica. No sé cuánto tiempo transcurrió, pero el agua subía por la calle y descendía por las rampas y las escaleras hacia Seguro. Nos asustamos mucho y yo estaba ya listo a desalojar la cafetería, cuando el agua comenzó a descender”.
Cuatro noches después de que pegó la tromba, pegado al río Colima, sobre la acera norte de la avenida de Los Maestros, en la banqueta endeble que quedó dañada por la avalancha, el señor Crecencio Rolón Orozco y su esposa, quienes perdieron la cocina de su cenaduría, comentaron que, entre las 20:30 y las 21:00 horas, había escuchado “un ruido como de un camión de volteo arrojando piedras”, y que, cuando el señor se asomó al río, vio bajar “algo así como una bola, una masa de lodo color café”, por lo que salió corriendo de allí, para avisar a su esposa y sus comensales, voltear y ver que todo aquello chocaba contra el puente:
“No eran ramas, eran árboles completos los que se atoraron allí, mientras la señora del estanquillo se negaba a salir del puesto, porque no creía que el río fuese a salirse tanto como se salió... En eso aparece un señor de aquí, vecino de nosotros, y, aunque el agua ya estaba comenzando a llevarse los carros y se acababa de caer un poste y los cables echaban chispas, arriesgándose a ser también arrastrado por el río, fue por la señora y se la trajo como quien dice a fuerzas, cargando”.
“Por otro lado, los enfermos del hospital del IMSS, algunos salían corriendo, cargando con sus propias bolsas con suero y, otros, por la salida de emergencia, con gente empujándole sus camas. Fue terrible eso”.
Cuando entrevisté al heroico salvador de la viejita, éste no se ufanó de su acción y sólo me dijo que lamentaba que el río se había llevado un coche de su propiedad. Más tarde, un poco ya entrado en confianza, me dijo llamarse Fili o Filiberto Espinosa, ser tapatío, e hijo de aquel famoso luchador enmascarado conocido como El Rayo de Jalisco, contemporáneo de El Santo, Blue Demon y Huracán Ramírez. Luchador, por cierto que, ya anciano, falleció aquí mismo en Colima, mientras se encontraba atendiendo de una enfermedad en la mencionada clínica del IMSS, justo enfrente de donde su hijo Fili tiene o tenía su negocio.
EL DESASTRE QUE NO OCURRIÓ
Cinco días después de la tromba, tratando de llegar al término de las pesquisas, el miércoles 5 de septiembre, hacia las 2 de la tarde, comencé a remontar el ya seco arroyo de Pereira en busca del sitio en donde el señor de Joyitas había dicho que la corriente del Río Colima se había partido en dos, pudiendo constatar muy pronto, al contemplar un sembradío arrasado, la dirección de donde había provenido el agua.
Seguí, pues, atravesando el potrero, donde en un espacio como de 120 metros de ancho, las milpas, ya jiloteando algunas, estaban en el suelo como si las hubiesen peinado con algún cepillo gigante, hasta observar que, pese a los cinco días transcurridos, todavía seguía saliendo un poco de agua del río hacia el potrero del difunto Yeyo Silva.
Vi a dos señores descansando debajo de un mango y me dirigí hacia ellos para buscar nueva información. Don Miguel Córdova y don Serafín Carrillo Gutiérrez, ahí debajo unos mangos viejos y lo que quedó de su cabaña en la huerta, comentaron que, unos cientos de metros al norte de allí, muy cerca ya del centro ceremonial de El Chanal, el primer embate de la creciente venció y derribó a una colosal higuera, cuyo tronco cayó atravesando el río, desviando un importante caudal hacia su potrero.
Al observar este panorama triste y comprobar que el agua desviada por la gigantesca la higuera atravesó en diagonal toda la huerta, arrasó por completo sus milpas y lavó una ancha franja de suelo antes de correr por el cauce seco del arroyo de Pereira, los dos viejanos llegaron a la misma conclusión que un vecino de Joyitas: que si bien esa inesperada creciente provocó tres muertes y algunos daños de consideración entre los vecinos de Villa de Álvarez, sirvió realmente, para salvar a la población de la capital del estado de daños mucho mayores puesto que – dijeron: “si toda esa agua hubiese bajado junto con la que bajó por el río Colima, hubiese habido una mortandad”.
LA NOCHE EN QUE VOLVIMOS A VIVIR
SIN SEÑALES DE PELIGRO
La jornada del 21 de enero del 2003 estaba por concluir en Colima y apuntaba al consabido parte de “sin novedad”. Gente observadora afirmó, empero, que antes del obscurecer había en el cielo una capa de nubes difusas de las que emanaba una extraña luminiscencia. Otras personas que estuvieron ese mismo atardecer en la playa, dijeron haber visto un reflejo similar al filo del horizonte, debajo del cual, sin saberlo nadie, las placas tectónicas Rivera y de Cocos se friccionaban en busca de un re-acomodo.
El fenómeno tuvo que haber ocurrido hacia las veinte horas pasaditas, pues a las veinte y cinco (según afirman quienes tuvieron la calma de mirar el reloj), las ondas producidas por el acomodamiento dicho comenzaron a difundirse desde unos kilómetros mar adentro de Cuyutlán, impactando la llanura costera, en primera instancia; golpeando los anticlinales de Jala, La Salada y Tepames, en segunda y, al desplazarse en claro sentido a las fallas tectónicas ubicadas en el centro del territorio estatal, ¡comenzó a temblar!
Los oficinistas y los empleados de múltiples negocios estaban saliendo de sus establecimientos; los niños en sus casas ya, viendo la televisión; numerosas mamás preparando la cena y muchos papás en camino de regreso al hogar.
En el Jardín Libertad, instalado sobre un templete de junto a Palacio de Gobierno, estaba un público grueso dispuesto a participar en un concierto de rock coordinado por Sergio El Tapiro Velasco. De repente todo se interrumpió.
Los choferes sintieron como que les fallaba la dirección o se les había dislocado la suspensión de sus vehículos. Los paseantes de las calles que las aceras los arrojaban. Los músicos del rock que el templete se desquebrajaba. Las señoras junto a sus estufas que los trastes se les caían y, quienes estaban encerrados, que sus espacios eran prisión.
La tierra se estremeció con todo: subieron y se zangolotearon los cerros y los volcanes como sonajas de un nene violento; los valles se alzaron y cayeron como sábanas con las que se van a tender las camas; los pueblos y las ciudades comenzaron a zarandearse como matatenas en una bolsa, y las casas, y los templos, y los portales, y los edificios públicos y privados comenzaron a tronar y a resquebrajarse produciendo deslizamiento de tejas, rajaduras en las bardas, fracturas en los amarres, grietas en los techos y gritos y espanto y carreras en sus moradores.
Sesenta, setenta, ochenta segundos duró ese infinito lapso. Luego, al asentarse el polvo ya nada era otra vez igual.
UN MOMENTO DE RESPIRO EN LA OSCURIDAD MAS PLENA
Muchos de mis paisanos afirman que cuando comenzó el terremoto un resplandor rojizo se miró en el cielo como si fuera el reflejo de una explosión. Yo no lo vi porque apenas venía saliendo de mi casa cuidándome de los vidrios rotos, pero cuando la tierra dejó de moverse y los asustados ojos acomodaron sus bastoncillos pera poder ver sin la luz eléctrica, hubo algo así como un primer e inicial respiro de salvación común. Tanto que, se podría decir, Colima toda respiró aliviada.
Saqué a mi madre de su casa en donde un mueble caído le impidió salir. Abracé a mi mujer, a mis hijos, a mi hermana y a un sobrino. Vi que estábamos bien y salí a observar la calle a oscuras pero muy llena de gente. Volví luego a encender las velas. Las linternas estaban inútiles. Dejé a mi gente a salvo y me salí de nuevo ésta vez a observar más lejos.
Sobre la avenida Manuel Alvarez de La Villa vi los primeros muros a medio caer y unos escombros cubriendo banquetas. Las banquetas de las avenidas Maclovio Herrera y Pino Suárez estaban llenas de personas que se reponían del susto afuera de sus viviendas y llenas también de gente que, con la angustia de no saber cómo estaban sus familiares en las casas suyas, se desplazaba velozmente a pie ante la desaparición inmediata de los amarillos autos de alquiler.
La oscuridad, desvanecida en tramos por los faros de los vehículos, seguía siendo amenazadora. ¿A qué horas tiembla otra vez?
Por la calle doctor Galindo había mujeres que padecían histeria, y en la Aquiles Serdán también.
Vi que el templo de La Salud estaba en pie y decidí estacionar mi vehículo frente a su atrio, para desplazarme hasta el centro caminando.
A las 21:10, con toda la ciudad a oscuras, el centro parecía ubicarse en un estado de guerra. La muchas veces destrozada Catedral parecía estar esa noche intacta, lo mismo el Portal Medellín, apuntalado tras del temblor de 1941.
Los escasos huéspedes del hotel Ceballos estaban en las desoladas bancas del jardín Libertad, que está enfrente o bajo las sombrillas casi desiertas del exterior del portal Medellín.
Lúgubres resonaban las sirenas de las ambulancias. El edificio de Teléfonos se veía descarapelado en toda su fachada sur. Por la calle Constitución no transitaba ni un alma. Mientras el agua de derramaba desde los techos y los tinacos que vació el temblor y una fuga muy grande descendía como un arroyo por la Nigromante.
La ciudad no salía todavía de su anonadamiento. El centro estaba casi vacío y volví a ver entonces el puente Torres Quintero y nuestro amado Río Colima como lo tuvieron que haber visto de noche nuestros tatarabuelos.
DESPUES DEL ESTUPOR
El primer recorrido azaroso por la ciudad a oscuras no revela todavía la hondura de la tragedia. La gente ha vuelto a salir, como antaño, a platicar en las calles y las banquetas, pero en vez de sentarse en los típicos equipales de antes, acomoda sus posaderas en simétricas sillas de plástico hechas en serie.
Engañado, creyendo que la destrucción fue menor a la que esperaba, intenté hacia las 21:30 volver a mi casa, pero al descubrir que por las avenidas el tráfico estaba peor que en las horas pico, me introduje por las calles laterales y atravesé por Fátima y el Callejón del Cura hasta Villa de Alvarez, sin poder comprobar la magnitud del daño que, ahí mismo, por la oscura calle Guillermo Prieto, con rumbo hacia el monumento de don Manuel Álvarez habían padecido numerosos paisanos.
A las 22:30 volvió la energía eléctrica por los rumbos de mi colonia y se encendió la radio, pero en el cuadrante de amplitud modulada no se escuchaba ninguna estación. Recorrimos, entonces, toda la línea de sintonía de las estaciones de FM sin encontrar tampoco nada, hasta que se escuchó, respirando grueso, siendo él tan delgado, a José Levy Vázquez, director de Radio Universidad, hablar de la situación.
En la televisión no había señal todavía. Las voces de Pepe y de sus compañeros nos brindando, poco a poco, noticias intermitentes de lo acontecido. Los teléfonos estaban inútiles o saturados. Comenzamos a saber que se reportaban heridos y muertos por la calle España; que el IMSS, como en la tromba del 30 de agosto del 2001, volvió a ser evacuado; que hubo decenas, o tal vez cientos de viviendas derrumbadas y, que, en fin, llanto y desolación se habían desatado en Colima, Villa de Álvarez y Coquimatlán, según lo reportaban las iniciales noticias.
LA LUZ QUE NOS MOSTRÓ LA VERDAD
Quienes pudieron dormir esa noche lo hicieron a ratos, con sueños muy breves, como a cuenta gotas. El alba encontró a muchos desvelados en patios, corrales y calles. El bienvenido Sol nos mostró la verdad y supimos que, frente a la dimensión del daño, realmente podríamos, como comunidad, “darnos de santos” por haber sido tan escaso el número de vidas humanas perdidas.
Los recorridos volvieron a comenzar pero ni las ciudades ni los pueblos de Colima eran los mismos que habíamos visto antes, tan llenos de escombros como esa mañana pudimos verlos.
Decidí regresar al centro que no había visto cabalmente la víspera. La calle Allende fue la primera que se mostró con su arroyo casi estrangulado por los numerosos derrumbes. La Guerrero parecía escenario de una película en donde se hubiese filmado un episodio de la Tercera Guerra Mundial, no en vano su nombre. La 27 de Septiembre parecía que, en vez de consumada la Independencia, como la fecha lo indica, estaba consumada la destrucción provocada por la guerra que Hidalgo inició. Los muros caídos, las tapias ladeadas, los techos descarriados, las ventanas maltrechas, las puertas desencajadas y miles de toneladas de adobe, vigas y tejas yacían por doquier evidenciando lo que la oscuridad había impedido observar.
El primer velorio que vi estaba sobre un terreno baldío de la calle Los Regalado, cerca de donde estuvo la otrora próspera fábrica de jabones La Casa Blanca. El segundo lo miré en la calle Moctezuma, allá junto a las huertas, perpendicular con la devastada calle España. Dos más por la calle Guillermo Prieto, en La Villa, donde todo era desolación y, a eso del medio día había cientos de casas que ya tenían junto a sus puertas el ominoso sello de “cancelado”, y donde miles de paisanos contemplaban el peor de los escenarios.
EL TRAUMA DEBE PASAR
Al principio de creyó que sólo se habían derrumbado las casas más viejas de techo de teja y paredes adobe, pero nada de eso fue cierto porque, aun en algunos modernos fraccionamientos con casas edificadas con muros de ladrillo y techos de concreto las paredes tronaron y se fisuraron en forma de tacha, mostrando en ocasiones rajaduras de casi una cuarta de ancho.
Bancos, tiendas, hospitales, supermercados, y hasta los edificios en todavía obra negra del futuro Complejo Administrativo del Gobierno del Estado tuvieron también sus grietas, cuando no llegaron al extremo de colapsarse en partes, como ocurrió con la clínica del Issste, con una buena parte del Seminario Menor y las escuelas primarias Gregorito Torres Quintero y República Argentina, sin mencionar nada de lo ocurrido en las poblaciones vecinas, ni en los municipios de Tecomán y Coquimatlán. Localidad ésta última, en las torres del templo de Coquimatlán se movieron de su lugar, y una de las cuales, ubicada hacia el lado sur, cayó justo en el patio de la presidencia municipal.
Los damnificados fueron multitud y los daños inconmensurables. El gobernador y el presidente municipal de Colima trabajaron intensamente en los rescates y en el retiro de los escombros, pero cada cual por su lado, debido a la enemistad política que los venía trastornado desde seis años atrás.
De entre los reportes finales que recorté extraigo el dato de que, para alivio de los colimotes, el macrosismo del 21 de enero del 2003 sólo provocó menos de 10 víctimas mortales en todo el estado, pero a contraparte de ello, los daños materiales fueron muchísimos, pues abarcaron con todo tipo de daños más de siete mil viviendas en la entidad, contabilizándose solamente en la ciudad de Colima, en el reporte inscrito en el Tercer Informe Municipal de la administración de Enrique Michel Ruiz, 1,187 viviendas destruidas totalmente; 2,818 con daños parciales, pero de consideración y 1,523 con daños menores. Alcanzando una cifra de 1,291 viviendas con dato total; 3,194 con daño parcial y 1,739 con daños menores en todo este municipio, y sin contar, como dije, templos, escuelas y otros edificios públicos y privados.
Me resulta muy difícil tener que narrar una historia vivida por toda una comunidad que abarca ya más de medio millón de personas, porque cada quien, dentro de sus circunstancias, da una versión particular de los hechos, pero entiendo que, en función de que a la noche oscura le sigue el luminoso día, todos quienes vivimos esta estremecedora experiencia, habremos de mantener, desde aquí hasta nuestra última cita puntual con la muerte, el recuerdo imperecedero de haber sobrevivido a uno de sus más poderosos ataques. El trauma tiene que desaparecer. Somos sobrevivientes.
ELECCIONES TRAS ELECCIONES
LA PRIMERA ORDINARIA
El primer lustro del siglo XXI fue para nuestro estado en varios sentidos traumático. Lo primero fue la tromba que comenté al principio, lo segundo el terremoto que acabo de reseñar, y lo tercero las dos elecciones (una ordinaria, otra extraordinaria) que para gobernador se hicieron entre julio y diciembre del 2003, seguidas por la tragedia que enlutó a la entidad tras la muerte del gobernador, el 24 de febrero del 2005, y que motivó una segunda elección extraordinaria:
Siguiendo con el calendario de actividades establecido desde antes por el Instituto Estatal Electoral, todavía se estaba realizando el recuento de los daños producidos por el terremoto, cuando se venció el plazo para que los partidos políticos operantes en el estado decidieran los nombres de quienes habrían de representarlos en las candidaturas para gobernador: por el PRI fue nominado el profesor Gustavo Alberto Vázquez Montes, diputado local, presidente estatal de su partido y ex presidente municipal de su natal Tecomán. Por Acción Nacional surgió Enrique Michel Ruiz, presidente municipal de Colima, ex presidente de la Asociación Estatal de Productores de Hortalizas y ex candidato a gobernador en 1997 y, por el PRD, Jesús Orozco Alfaro, economista de la UNAM, doctorado en La Sorbona, ex presidente municipal de Colima y antiguo aspirante a gobernador también en 1997, cuando todavía militaba en el PRI. De los partidos de la chiquillera no tiene caso hablar, porque siguieron quedándose en eso, aunque apareció por ahí el ya mencionado ingeniero Carlos Vázquez Oldembourg como candidato a gobernador de la Alianza Democrática Colimense, un partido local que él mismo había ayudado a organizar.
Aunque las elecciones fueron simultáneas con las municipales, el clima se caldeó por el lado de la gubernatura porque fue evidente la intromisión del aparato estatal y la mano negra del gobernador priísta, a tal grado de que, habiendo obtenido 101 mil votos su candidato, y el de Acción Nacional un poco más de 97 mil, las elecciones fueron anuladas por el Tribunal Federal Electoral, aunque nunca se le llegó a fincar responsabilidad al gobernador por ese delito, y la gente dijo: “Si se la perdonaron, que cuando menos el pague los gastos”. Pero tampoco fue así.
LA PRIMERA EXTRAORDINARIA
Como consecuencia de la anulación, hubieron de suceder dos hechos: primero, el nombramiento del maestro Carlos Flores Dueñas, secretario de Educación, como gobernador sustituto, para que se hiciera cargo del mando a partir del 1° de noviembre, tras de la conclusión del mandato del constitucional de Fernando Moreno Peña y, segundo, la programación de elecciones extraordinarias, en las que el PRI, aliado con el Partido del Trabajo y con el Partido Verde Ecologista Mexicano, propuso al mismo candidato, mientras el PAN, el PRD y la ADC se unieron en torno a una candidatura encarnada en Antonio Morales de la Peña, joven abogado y diputado federal del partido albiazul.
Para entender mejor estas jugadas, cabe mencionar que cuando Moreno Peña fue rector de la Universidad, Carlos Flores Dueñas era su secretario particular y que, cuando aquél asumió la gubernatura, el mismo Flores fue nominado Secretario de Educación. Con lo que puede decirse que, al ser designado como gobernador interino, su nombramiento no lo decidió el Congreso en sí, sino que todavía alcanzó a hacerlo el gobernador saliente. Demostrando ser a su vez, el manejador de todos los hilos de la política en su partido.
En este contexto, pues, no sobra decir que, no habiendo sido sancionado por el TRIFE, y considerándose ya libre de las ataduras legales que le habían impedido meterse en el proceso electoral todo lo que hubiese querido, Fernando Moreno Peña se dio las mañas para, no obstante ser ya ex gobernador, imponerse como coordinador de campaña de su antiguo pupilo. Jugada atrevida y astuta que le dio pie para cobrar muchos de los favores que había hecho durante su gestión, consiguiendo múltiples apoyos para Vázquez Montes. Quien así pudo alcanzar un triunfo legal, pero no sin haber experimentado antes, en las elecciones ordinarias de julio, la pérdida de los municipios de Colima, Comala, Ixtlahuacán, Manzanillo y el mismísimo Tecomán (de donde Gustavo Vázquez era originario), ante candidatos del PAN, y la presidencia municipal de Armería frente a un candidato del PRD. El nuevo gobernador asumió el mando dos meses después de la fecha en que debió de haberlo hecho, con el Congreso muy dividido y gobernando sus correligionarios sólo cuatro de los diez ayuntamientos: Coquimatlán, Cuauhtémoc, Minatitlán y Villa de Álvarez, tres de los municipios más pequeños y uno de los más grandes.
En ese contexto no tardo mucho en hacerse notar la falta de oficio político que comenzó a observarse en algunos elementos de los dos principales bandos, y la baja ralea de algunos otros, pues, por ejemplo, cuando estaban a menos de seis meses de haber asumido sus respectivos cargos, el diputado local y el presidente municipal de Ixtlahuacán, chaquetearon del PAN y se pasaron al PRI.
El conflicto más largo y notable de todo este período político-administrativo en Colima se presentó en el municipio de Tecomán, donde, dolidos por la derrota de julio del 2003, los líderes del Sindicato de Trabajadores del Ayuntamiento, todos de filiación priísta, azuzaron a sus representados para solicitarle al alcalde, a mediados el 2004, más que el consabido y obligado aumento salarial anual, una serie de injustificadas prebendas que, de habérselas concedido, hubieran dejado al Ayuntamiento sin posibilidad alguna para hacer obra pública.
El alcalde panista de ese municipio, Elías Martínez, le respondió entonces al sindicato que no pidieran cosas inalcanzables y que se conformaran con solicitar algo muy parecido a los que se les otorgó en los otros ayuntamientos, pero los líderes se negaron bajo el esquema de “ni un paso atrás”, y se fueron de inmediato a la huelga. Siendo éste un conflicto que, todavía en el momento de estar redactando estos renglones (finales de junio del 2006), a casi 22 meses de haberse iniciado, no ha sido resuelto aún.
En el municipio de Colima, como ya dije, volvió a ganar un candidato del PAN: el CP Leoncio Morán Sánchez, sujeto carismático y con gran simpatía, pero sin ninguna experiencia de tipo político, salvo su participación como presidente de la Cámara Local de Comercio.
Locho Morán, como le dicen desde chiquillo, recibió un municipio con deudas que en cuanto pudo comenzó a liquidar. Caracterizándose su gobierno por apoyar con infraestructura urbana a las colonias populares más nuevas de la ciudad y por tratar de embellecerla.
En el ínterin de que todo esto pasaba, el gobierno del estado estrenó, hacia finales del 2003, un nuevo espacio para las oficinas de la mayor parte de sus secretarías, al que denominó Complejo Administrativo del Gobierno del Estado, pero sin deshacerse del antiguo Palacio de Gobierno, donde siguen estando las oficinas del gobernador y se han establecido, en los despachos que dejaron baldíos las secretarías que se trasladaron al Complejo, un par de museos.
Ya estaban buscando, empero, un sitio adecuado en el interior del Complejo para instalar en él un nuevo despacho para el gobernador Vázquez Montes, cuando el 24 de febrero, muy de mañana, salió él en un vuelo hacia México, para cumplir con las citas pactadas con algunas secretarías del gabinete foxista.
Alguno de sus allegados comentaría después que, dos o tres días antes había llegado el gobernador en otro vuelo tarde a una reunión en Colima y que, para justificar su tardanza, el mandatario dijo que el avión, propiedad del gobierno estatal, venía fallando.
Debemos suponer que ante la presunta falla se hizo la revisión correspondiente y que fue por eso que el vuelo del 24 hacia México se hizo sin novedad, pero ignoramos qué fue realmente lo que ocurrió en el viaje de regreso, pues ya nunca aterrizó en Colima:
Se esperaba que el gobernador regresara esa misma tarde, alrededor de las cuatro, porque a las cinco en punto habría de participar en la ceremonia de honores a la Bandera en la explanada exterior del Complejo Administrativo, donde hay un asta monumental.
Desde la víspera se comenzaron a colocar graderías para los estudiantes y los ciudadanos que iban a participar en el evento. A las 16 horas del 24 comenzaron a llegar los contingentes de las Escuelas y, el ex gobernador interino, Carlos Flores Dueñas, nuevamente secretario de Educación, se hizo presente allí desde varios minutos antes de que iniciara la ceremonia. Todo bajo un cielo nuboso que extrañamente en febrero anunciaba lluvia para Colima.
Alguien debió de haberle comunicado alguna difusa noticia a Carlos Flores Dueñas, secretario de Educación, porque dio inicio la ceremonia sin que el gobernador se hiciera presente.
Para ese rato ya comenzaban a correr los rumores de que el avión del gobierno del estado había salido de México pero no se había vuelto a saber de él y... comenzó a sospecharse lo peor.
Antes del oscurecer se confirmó la noticia de que le había sucedido un accidente en algún tramo del recorrido sobre el suelo de Michoacán, pero sin ubicar todavía el lugar e ignorándose aún su gravedad.
Cuauhtémoc Cárdenas Batel, gobernador del antiguo imperio purépecha, ordenó una movilización de búsqueda y, cuando el despedazado aeroplano finalmente fue localizado en un lugar conocido como El Zapotito, en el municipio de Tzitzio, Mich., se comunicó en la noche con el Secretario General de Gobierno del Estado de Colima, Profr. Arnoldo Ochoa González, para transmitirle la infausta noticia: “No hubo sobrevivientes y casi no hay rastros de cuerpos”.
El dilema ahora era: ¿quiénes venían con el gobernador? Y... se comenzaron a hacer las cábalas.
El único dato seguro era que el avión de seis plazas había salido del aeropuerto de Toluca, Méx., a las 15:30 horas, y que unos 23 minutos después se perdió definitivamente el contacto con él.
La gente comenzó a reaccionar de mil modos. No pocos dijeron que aquello no había sido accidente, y no faltaron quienes comenzaran a elucubrar en el sentido de que Vázquez Montes había sido mandando asesinar por su antecesor, debido a que aquél estaba, en esos precisos días, dando muestras de querer sacudirse la presencia del otro, quien, para comenzar, le había impuesto prácticamente la totalidad de su gabinete y a la mayor parte de la gente que ocupaba los cargos de director y jefe de departamento.
La prensa y los noticieros electrónicos tendrían tiempo después para opinar e involucrarse en esto, pero lo que correspondía en ese momento era informar de los actos luctuosos y así fue:
Durante la jornada del día 25 de febrero del 2004 se instaló un altar provisional encima de una especie de templete donde se esperaba que noveno obispo de Colima, don Gilberto Balbuena Sánchez, oficiara una misa “de cuerpo presente” en desagravio de los siete difuntos: el gobernador ya mencionado; Roberto Preciado Cuevas, secretario de Turismo; Ramón Barreda Cedillo, secretario de Finanzas; Guillermo Díaz Zamorano, Subsecretario de Turismo, los dos pilotos y un empresario amigo del gobernador, quien el día fatal voló con ellos.
Mucha gente llorosa y triste comenzó a llegar hasta el jardín Libertad bajo el cielo gris y a instalarse junto al improvisado altar. En el ocaso, las nubes comenzaron a soltar un serenitoque continuó por más de una hora sin que llegaran los portadores de los ataúdes vacíos, porque, a decir verdad, no había ni un solo cuerpo en ellos.
A las 20 horas con 40 minutos, un avión Hércules de las fuerzas armadas de México aterrizó en el Aeropuerto de Buenavista, trayendo los siete cajones simbólicos.
Hacia las 21:15, mientras el chipi-chipi incrementó un poco su intensidad, siete carrozas en fila atravesaron un mar de gente y atracaron junto a la puerta principal de Palacio.
Uno a uno los féretros fueron fácilmente levantados por escoltas de seis policías cada una, y llevados hasta el altar-templete. El obispo comenzó a decir la misa en un momento en que amainó la lluvia y pronunció una homilía en la que trató de consolar, dar esperanzas y promover la resignación de los asistentes. No se repartieron ostias porque las condiciones no se prestaban para ello y, cuando ya para terminar la misa, el clérigo asperjó los ataúdes con agua bendita, parece que hubiera invocado con esa agua al cielo, porque simultáneamente comenzó a llover fuerte y tupido, replegándose quienes pudieron a los portales de alrededor de la plaza; cubriéndose, los previsores, con sus paraguas, y aguantando algunos el lloveral sin moverse, no obstante que el agua escurría por sus ropas.
Al gobernador se le veló en el patio central de Palacio, y a sus compañeros en dos o tres funerarias del norte de la ciudad. El entierro de Vázquez Montes fue apoteósico, en Tecomán, y, después, se vio la necesidad de nombrar un gobernador sustituto. Cargo que recayó en el ya citado Arnoldo Ochoa González, Secretario General de Gobierno, y que asumió el día 1° de marzo.
Pretendiendo evitar la realización de una segunda elección extraordinaria, la directiva del PRI propuso que, habiendo sido de ese partido el difunto gobernador constitucional, un elemento de la misma organización podría ser nombrado como nuevo gobernador para concluir el período pero, tal vez agraviados por lo ocurrido durante la elección anterior, los panistas no aceptaron la propuesta y se hizo necesario que el gobernador González convocara una segunda elección extraordinaria.
La bancada priísta en el Congreso designó de inmediato al diputado Silverio Cavazos Ceballos, íntimo amigo del extinto Vázquez Montes, como el candidato natural para sucederlo, sin que se haya tenido noticia de que hubiese habido algún tirador interno que opusiera alguna resistencia. A dicha propuesta se sumaron de inmediato el PT y el PVEM. Los panistas, por su parte, recibieron el apoyo de la ADC, pero se metieron en algún problema para hallar otro candidato, pues el diputado federal Antonio Morales de la Peña no quiso participar y tuvieron que buscar entre las filas azules a otro prospecto que pudiese competir con decoro y posibilidades de ganar la elección, señalando al presidente municipal de Colima, Leoncio Morán Sánchez, quien aceptó la candidatura, mientras que el PRD se abstuvo de presentar candidato.
Como ya la primera elección extraordinaria había costado más de 30 millones de pesos, y los priístas no consideraron prudente dar mucho tiempo para la nueva elección, ante la posibilidad de que la candidatura de Leoncio Morán creciera, establecieron para su realización el plazo de un mes, y comenzó, acelerada, al promediar la segunda semana de marzo, una de las campaña electorales para gobernador más cortas que se haya realizado en Colima.
Los dos candidatos salieron a darse a conocer en donde nadie los había visto ni oído jamás. Sitios, incluso, de los que ellos mismos ni se imaginaban que siquiera existieran.
En el ínterin de la intensa campaña una triste noticia conmovió al mundo cristiano en lo general y a los católicos colimotes en particular: el Papa Juan Pablo II enfermó gravemente y no pudo participar en el ceremonial de Semana Santa, pues permaneció recluido en el hospital Gemelli. Donde se reportó su estado de coma el 31 de marzo y falleció el sábado 2 de abril, a las 21:37 horas, cuando había cumplido ya 84 años de edad y 26 de pontificado.
Pero las elecciones en Colima no se detuvieron por el fallecimiento del Obispo de Roma, ni tampoco, ni cuando el jueves 7 de abril se difundió la noticia de que la Cámara de Diputados había votado por el desafuero de Andrés Manuel López Obrador, jefe del gobierno del Distrito Federal, por haber supuestamente desobedecido una instrucción de la Suprema Corte de Justicia.
Cuatro días antes (el 3 de abril, para ser exactos), urgidos por contrarrestar entre los electores la idea de que Gustavo Vázquez Montes había sido víctima de un atentado, dos de sus hermanos, Hugo y Jaime, salieron a declarar frente a los medios que unas semanas atrás habían hecho un viaje a una ciudad de los Estados Unidos, en donde está la sede de la National Transportation Safety Board, para enterarse de primera mano acerca de los resultados que dio el análisis de la “caja negra” del avión en que viajó y falleció su hermano, y que el informe que se les dio mencionaba como probable causa del accidente una falla mecánica del mismo avión, y no una falla de los pilotos. Descartando de ese modo, aunque nunca lo mencionaron, la hipótesis del asesinato.
El dinero, pues, corrió sin atajaderas en torno a los dos candidatos, pero pudo más el PRI, pues, dándole un manejo de novela lacrimosa al recuerdo del difunto Vázquez Montes, logró conmover a la gente y, el domingo 10 de abril del 2004, Silverio Cavazos Ceballos, amigo y paisano del ex gobernador ganó la contienda cobijado por el recuerdo de aquél, a quien, digo esto con todo respeto, poco faltó para que las huestes priístas dieran la categoría de santo.
La segunda elección extraordinaria dejó, sin embargo, a los ciudadanos que participaron en ella, confrontados casi mitad por mitad, y alcanzó una cifra récord de sufragios en la entidad colimota, con 109,358 votos a favor del priísta y 101,415 a favor del panista; quien asumió nuevamente a la alcaldía de Colima.
EL AVANCE DE LA MANCHA URBANA Y
LA DESTRUCCIÓN AMBIENTAL ACELERADA
El circo en que se convirtieron las tres campañas electorales sirvió en buena medida para que, distraídos por el show y los tristes desfiguros que algunos de los candidatos hacían, muchos ciudadanos no tuvieran posibilidades de tomar nota cabal de los incuantificables daños ecológicos que se propiciaron durante en este mismo lustro, en Colima y sus comunidades.
Para contextualizar estos deterioros sin tener que regresar demasiado atrás en la historia colimota, esbozaré algunos datos que nos permitirán comparar y darnos cuenta de lo que hemos ganado y de lo que hemos perdido con el avance de la mancha urbana, al menos en cuanto a la ciudad de Colima toca:
En nuestra contra tenemos que, desde a partir de la década de los sesenta del siglo pasado, nuestra necesidad de crecer comenzó a generar la desaparición de numerosas huertas que, como precioso y verde listón rodeaban las casas de la ciudad de Colima y se han ido acabando. Entre ellas están (o más bien estaban): la Huerta de Álvarez, la del Rosario, la del Tanque de los Caballos, la del Crucero, la de El Gringo, la de Las Amarillas, la de La Albarrada, las de San Cayetano y la de Santa Bárbara. Huertas cuyos terrenos fueron convertidas en modernos fraccionamientos.
Como pequeño consuelo en ese sentido, cabe mencionar que se conservaron algunos de los árboles de aquel entorno verde en algunos rincones de la ciudad, como sería el caso de actual jardín de La Corregidora, en la desaparecida huerta de El Rosario; el Parque Regional Metropolitano, que doña Griselda Álvarez hizo acondicionar en una porción de la huerta de Las Escamilla y otra de la huerta La Reforma, ya casi para concluir su sexenio; el parque municipal El Rodeo, con que se rescató una bonita extensión de lo que fueron huerta y potreros de la ex hacienda de La Estancia y, finalmente, la conocida y muy popular huerta de El Cura, en el barrio de San Francisco, en donde se construyó un jardín y una cancha de futbol rápido.
A la fecha, y con el desmesurado y cuachalote afán de hacer negocios a costa del medio ambiente, no sólo las huertas, sino muchos potreros, parcelas y áreas verdes aledañas a ríos y arroyos de la ciudad de Colima han sucumbido, y en su lugar han aparecido decenas de nuevas calles, muchos edificios y miles de casas. Detalles que algunos de nuestros nativos y avecindados consideran como bastante normales, pues consideran necesario que todo ello ocurra para satisfacer sus necesidades de espacio y vivienda.
El problema, sin embargo, es que los fraccionadores no respetan nada y que, una vez que meten sus máquinas para desbrozar los antiguos terrenos para sembradíos, arrasan con todo tipo de vida en ellos y no respetan árboles, madrigueras o antiguos lechos de arroyos de temporal. Todo en aras de hacer negocio. Siendo en parte por ello que hoy vemos muy menguado al Río Colima y abatidos y sucios los cauces secos y pedregosos de los arroyos El Manrique, Pereira, Santa Gertrudis, El Tecolote y Chiquito, de cuyas aguas, otrora límpidas, bebieron los colimotes.
Como consecuencia de ese maltrato, los cauces que hay (o hubo) en la ciudad, o se secaron, o se convirtieron en grandes cloacas al aire libre y casi sobra decir que, en el sur, donde ya salen de la ciudad, casi nadie quiere instalarse en sus riberas, pues los olores fétidos que despiden no son precisamente agradables. En cambio, en la parte norte, antes hermosamente arbolada, las empresas constructoras y fraccionadoras se pelean por construir viviendas en ambas márgenes de dichas corrientes, sin que sea muy de notar la intervención de la Procuraduría Federal del Medio Ambiente, de la Comisión Nacional del Agua y de las mismas autoridades municipales de Colima y Villa de Álvarez, para impedir o reducir este ecocidio. Pues, los constructores, como afirmé, en lo que va del siglo han tumbado cientos de árboles muy grandes y arrasando con miles de arbustos, sin considerar en lo más mínimo el daño que le están haciendo a la flora y la fauna nativas ni al microclima de las márgenes ribereñas.
Como complemento de la construcción de numerosos y modernos fraccionamientos declase plus que se han estado construyendo en la parte norte de la zona conurbada de Colima-Villa de Álvarez, en los últimos cinco años nos han venido a invadir (y a cambiar nuestros esquemas de cultura y consumo), algunas de las megatiendas de concepto supercénter, a las que nos habíamos referido al principio, con firmas incluso transnacionales, generándose así una ampliación de Sears; abriéndose dos Wal Mart, una deSam´s Club, una de City Club, otra de Office Depot, un McDonald’s, dos Waldo’s, un Burger King y doce salas de cine más tipo cinépolis, que hicieron quebrar y desaparecer a los pocos cines que quedaban de los más antiguos y tradicionales. Sin contar todavía en esta lista, al que será el centro comercial más grande de todos los instalados hasta la fecha, que hoy mismo está en proceso de construcción y se inaugurará en octubre de este 2006, bajo el nombre genérico de Zentralia y con la tienda Liverpool como tienda ancla.
VERDE COLIMA
Sin el afán de marcar únicamente las tintas negras sobre la destrucción ecológica descrita, y sin que nos mueva el deseo de infravalorar las acciones de planeación que las autoridades locales, estatales y municipales han diseñado para conducir un desarrollo urbano lo más armónico posible, es bueno señalar también algunos esfuerzos exitosos que población y gobierno hay hecho en este mismo lapso para detener el deterioro ecológico que mencionamos:
Menciono, para comenzar, que retomando una añeja vocación por la presencia de plantas en los espacios donde hacen su vida los colimotes, la Universidad de Colima comenzó, desde a mediados de la década de los años setenta, del siglo anterior, a poner un ejemplo de lo que deberían ser los espacios educativos alrededor de las aulas, y generó amplias, muy bellas y muy bien cuidadas áreas verdes en el que vendría a ser su campuscentral, y que en esa época era el único que tenía.
Desde entonces y hasta lo que va de este nuevo siglo, todos los nuevos campus de la UEDC y sus bachilleratos, han procurado seguir y mejorar los esquemas de cuidado ambiental a través de un magnífico diseño y conservación de sus áreas verdes. Esquemas que poco a poco fueron siendo adoptados por la Secretaría de Educación e incorporados, en la medida de lo posible, a todos los espacios educativos y culturales que el gobierno del estado y los ayuntamientos tienen bajo su responsabilidad.
Por otra parte, seguidores también de esa añeja tradición, pero referida a los espacios públicos, el ayuntamiento de Colima 1997-2000, inició todo un ejercicio de cambio en cuanto al embellecimiento de los parques y jardines que ya existían, favoreciendo primordialmente los cinco más antiguos del centro de la ciudad: jardín Libertad, jardín Torres Quintero, jardín Núñez, jardín Juárez (o De la Concordia), jardín de San José, y el jardín de La Corregidora, ya mencionado.
La administración 2000-2003, incorporó a esas tareas de embellecimiento al jardín de San Francisco (que nunca estuvo realmente feo desde su fundación en 1973); al Parque Hidalgo, situado al sur, junto a la antigua estación del ferrocarril, hoy casi abandonada, y diez kilómetros de camellones situados en las avenidas principales del primer Anillo de Circunvalación, que rodea lo que hoy se considera y menciona como el primer cuadro de la ciudad.
La administración 2003-2006, lleva construidos 8 jardines más en la ciudad y 2 en comunidades rurales del municipio (donde hay 15 jardines en total con infraestructura funcional y suficiente); terminó de embellecer todos los parques y jardines que faltaban, e incorporó para su embellecimiento y cuidado entre 7 u 8 kilómetros más de camellones, por lo que el municipio de Colima cuenta hoy con cerca de 80 parques o jardines, y entre 17 y 18 kilómetros de camellones arbolados y con jardinería. Bellos espacios que convirtieron a la ciudad de Colima como una de las que tienen el mayor número de áreas verdes por habitante, no sólo de nuestro estado, sino de la mayor parte de las ciudades de todo el país.
NÚMEROS QUE NOS PREOCUPAN
Un análisis comparativo de las cifras censales aportadas por el INEGI nos indican que sólo población de la ciudad de Colima se multiplicó por 4.17 durante los últimos 50 años del siglo XX, al haber saltado de 28,656 habitantes en 1950, a 119,639 en el año 2000. Pudiendo ser ése, quizás, el principal motivo por el que todas las autoridades estatales y municipales que estuvieron al cargo desde cuando menos 1976, para acá (que fue cuando comenzó a crecer Colima explosivamente), se vieron rebasadas, no sólo para brindarle los servicios y la infraestructura urbana a las colonias nacientes, sino hasta para regular su crecimiento.
Para fortuna nuestra, sin embargo, en 1982 se trazó el primer plan de Desarrollo Urbano de las ciudades vecinas de Colima y Villa de Álvarez, por lo que, así haya sido más mal que bien, se comenzaron a corregir esos dislates y se comenzó a operar con cierta racionalidad, acabándose con el antiguo criterio de ofrecer lotes en breña y frenando, en otro orden, a los otrora famosos invasores o paracaidistas.
En función de lo anterior, y desde hace ya unos 9 años, la ciudad de Colima sigue creciendo, pero de forma más armónica y planeada, aunque no pocos “promotores de vivienda”, coludidos a veces con líderes de partidos, sindicatos, organizaciones satélites y hasta con funcionarios públicos, siguen apareciendo y provocan pequeños caos que luego se tienen que remediar.
Como el INEGI no ha publicado aún los resultados del Segundo Conteo de Población 2005, comunidad por comunidad, no sabemos qué tanto creció la población del municipio de Colima durante los últimos cinco años, ni cuál tampoco ha sido su comportamiento en cuanto a natalidad, mortalidad o migración, por ejemplo, pero las tendencias de años anteriores nos permiten percibir algunas constantes que son visibles el día de hoy: tales como el persistente abandono del campo y las formas tradicionales de cultivo y de la crianza y cuidado de ganado; la migración creciente desde las comunidades rurales hacia la ciudad de Colima para que los niños y jóvenes accedan a niveles superiores de estudio y, colateralmente, la migración también de una buena parte de los muchachos y adultos jóvenes del medio rural hacia los Estados Unidos, en busca de los empleos bien remunerados que en sus comunidades no han podido hallar.
En la contraparte de todo esto, tenemos un flujo considerable de inmigración procedente desde otros estados hacia Colima. Destacando, en primer término, quienes vienen de los estados vecinos de Jalisco y Michoacán y, en segundo, del Distrito Federal, Guerrero, Oaxaca y Guanajuato. Inmigración que así como impacta la capital del estado, influye también, en forma por demás notoria, el la vecina ciudad de Villa de Álvarez y en las ciudades de Manzanillo y Tecomán, pero más positiva que negativamente hasta la fecha.
Colateral a ello, y en cuanto concierne a las actividades productivas y de servicios, Colima se ha venido caracterizando en los últimos cinco años por presentar uno de los índices más bajos de desempleo a nivel urbano y, aun cuando en el campo ya son perfectamente visibles nuevos criterios de operación en ranchos de cría y engorda de ganado, lo mismo que en los cultivos de riego y tecnificados, ello no ha sido suficiente para cubrir por ejemplo toda la demanda de leche, carne y granos que se tiene, ni para dar ocupación a todas las personas que carecen de empleo en el medio rural, pues dichos ranchos y nuevos espacios de cultivo tecnificado son apenas, por decirlo de algún modo, una excepción, en vez de ser la constante.
En las otras ramas de la economía: industria, comercio, servicios, etc., se puede afirmar que Colima va bien en las dos últimas, pero es evidentemente deficitaria en la primera. Destaca sobre el comercio lo que ya hemos planteado aquí, y sobre los servicios los buenos hoteles y restaurantes que existen y que se ofertan para incrementar todavía más el turismo que nos visita, y que en las temporadas altas y los famosos “puentes vacacionales”, nos deja una derrama considerable.
Falta, como mencioné, incrementar la industria, pero no de cualquier tipo de industria, sino una que no sea contaminante, para seguir acordes con la tarea de promover un desarrollo sustentable en nuestro municipio y nuestra entidad.
PROSPECTIVA
Con base en el análisis de todo lo anterior y aunque sea muy obvio lo que habré de decir, conviene precisar que, si no se incrementa en demasía el flujo poblacional (o si no se hace deficitario), si las autoridades estatales y municipales son más firmes en cuanto a la aplicación de los planes urbanos de desarrollo, si se sigue vigilando y resolviendo la problemática ecológica, si se siguen creando más fuentes de empleo, si se tecnifica y amplía la oferta de trabajo en el campo, y si se sigue dando respuesta positiva a las demandas de educación media y superior que la población plantea, Colima tendrá todas las posibilidades para incrementar su potencial y para desarrollarse con armonía, progreso y respeto a la naturaleza en todo lo mucho que resta del siglo XXI, cuyo primer lustro apenas acaba de terminar.
Si, por el contrario, se descuidan algunos o todos esos aspectos, el deterioro ambiental se va a acelerar, lo mismo que la despoblación del campo, provocando hacinamientos urbanos y toda la problemática que deriva de una comunidad amontonada y sin posibilidades parejas para crecer y desarrollarse, como le está sucediendo ya a otras poblaciones urbanas que crecieron sin traza y sin plan, en las que se evidencia cotidianamente la falta de agua, el desempleo, la insuficiencia económica de las familias, el alcoholismo, la drogadicción, el pandillerismo y la falta de seguridad, por mencionar algunos de los problemas más álgidos y dolorosos de nuestro tiempo.
CONCLUSIÓN
La historia (así sea tan breve y tan localizada como la de Colima que reseñamos hoy) nos demuestra que el diseño del futuro personal y comunitario es posible, y que los proyectos humanos de desarrollo integral no sólo son posibles sino realizables, si éstos se basan en una mentalidad abierta, en el respeto a las diferencias y en el amor y cuidado de nuestro entorno. Diseñemos pues nuestro futuro sin miedos y sin egoísmos, pensando en el bien de la comunidad y no sólo nuestro. El futuro está en nuestras mentes y en nuestras manos. Hagámoslo una realidad de tiempo presente en el que nos toque también desde hoy disfrutar.
Abelardo Ahumada
Cronista Municipal de Colima.
27 de junio de 2006.
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