Abelardo Ahumada
La semana pasada, con motivo de la comercialización del Día de las Madres, aparecieron algunos anuncios que publicitaban los “teléfonos inteligentes” más modernos de la época, en cuya pequeña caja, apenas un poco más larga que una cajetilla de cigarros, incluyen un teléfono celular capaz de interconectarlo a uno hasta China, Siberia o Australia, y un pequeño teclado con una diminuta computadora cuya capacidad comunicativa y recolectora de datos es totalmente superior a cuanto conocimos antes, porque no sólo tiene acceso a la internet, sino a la televisión y al radio de casi cualquier parte del mundo. Y todo por un costo de renta de entre 500 y 600 pesos al mes porque ¡el equipo es gratis!
Si los jovencitos se ponen a considerar todo estos datos tal vez no les produzcan ninguna novedad, porque nacieron ya en la época de las comunicaciones mundiales instantáneas, pero a quienes nacimos algunos años antes o algunos años después de la primera mitad del siglo XX, todo eso nos representa un motivo de admiración, en la medida de que cuando fuimos niños no había ni siquiera televisión en Colima, mucho menos telefonía celular o internet.
Quienes nacimos, en efecto, en aquella todavía no olvidada época, sabemos por ejemplo, que durante la década de los 60as sólo había unos cuantos teléfonos en las ciudades de Manzanillo, Tecomán y Colima, y que en algunas de las otras cabeceras municipales sólo se contaba con un aparato telefónico instalado en la respectiva presidencia municipal. Como era el caso que este redactor conoció directamente en Villa de Álvarez, Col.
Era tan limitada la cantidad de aquellos pesados instrumentos que en 1964 en nuestra capital estatal sólo existían 900; mientras que en Manzanillo se registraron 155 y en Armería 25.
Y las comunicaciones eran tan limitadas, pues, que el telégrafo (equivalente hoy a los mensajes que se pueden emitir desde los celulares) sólo brindaba sus servicios en “la Capital del Estado, Tecomán, Armería, Manzanillo, Coquimatlán y Cuyutlán”, aunque este pequeño pueblo sólo operaba durante los meses de marzo a mayo.
La tienda El Paraíso, de don Jorge Salzar Rojo, que algunos años después se convertiría en el primer supermercado de la ciudad, ubicado en Madero # 61, tenía por ejemplo el teléfono # 11; La Embotelladora Colimense, S. A., “fabricante de Orange Crush y Palmitas”, con domicilio en N. Bravo 83, tenía el # 16; la Coca-Cola, instalada entonces en Rey Colimán y J. Antonio Torres, el 524 (pero la Pepsi no tenía ninguno); la fábrica de aceites Cítricos de Colima, S. A., tenía el 140; don Miguel Ángel Portillo, el vendedor más grandes de libros y periódicos en el centro de la ciudad el 83; la concesionaria Chevrolet el 335; la Ford el 176; la Agencia de Bicicletas El Azteca el 269; la farmacia de El Refugio, del famosísimo don J. Jesús Macedo López, alias El Pollo, el # 205; muy nuevo en comparación con el de la farmacia de la Sangre de Cristo, de don Juan Cárdenas, que era el # 8; en tanto que la Orquesta Colorado Naranjo, que se anunciaba en la sección azul (precedente de la actual amarilla) como “la mejor del estado, con sus 18 profesores”, tenía a su vez el 582; la Dulcería Reyes el 291; la Funeraria Magaña, que se decía entonces llevar “42 años de servicio a la sociedad colimense”, tenía el 149 y contaba, según ellos, con “las mejores carrozas de la ciudad”.
La Moda al Día, famosísima boutique de Lupe Trujillo, tenía el # 403; la panadería Marsella, famosa por su repostería, sita en Obregón 102, tenía el # 185; el periódico El Regional (del PRI) “tribuna del pensamiento colimense”, dirigido por el Profr. Ismael Aguayo Figueroa, tenía el 135; la estación radiofónica XERL el 250 y el 611; La Marina Mercante el # 6; don Jorge T. Assam, en su tienda de “ropa y novedades”, de Medellín y Nicolás Bravo, el 23 y la Sastrería Casanova, que aparte vendía todo tipo de “artículos para caballeros”, en Madero 119, tenía el # 129.
Hablando de oficinas de gobierno y sus dependencias (que hoy salen carísimas de tantos teléfonos que tienen y pagan), cabe comentar que en el mencionado año 1964, el despacho del Sr. Gobernador sólo tenía un teléfono, el # 161; la Secretaría General de Gobierno, uno solo también, el 126; la Tesorería General el 170; la Dirección General de Educación Pública el 248; la Dirección General de Tránsito el 301. Todo eso cuando en Palacio estaban todas las dependencias del gobierno estatal, incluido el Congreso local, que sólo también tenía un número: el 133.
Y como el recuerdo de un dato inmediatamente lo lleva a uno a correlacionarlo con otros, resulta que fue un día similar a este preciso 15 de mayo, cuando en 1883 se inauguró el servicio telefónico en la ciudad de Colima, que contaba entonces con la hoy casi risible cantidad de 20 aparatos, accesibles únicamente a los personajes más ricos de nuestra entidad.
Quince años antes (el 12 de marzo de 1869) se había inaugurado “el alambre telegráfico que conectó a Colima con Guadalajara y México”. Pero sólo fue hasta el mes de junio de 1882, cuando un extranjero de origen inglés o norteamericano, conocido como míster L. E. Allen, le presentó la propuesta al ayuntamiento colimote para establecer él, por su cuenta, en la capital del estado, el primer tendido de los cables con que comenzaría a brindar “el servicio urbano de teléfonos”. Esta solicitud causó extrañeza entre las autoridades municipales de aquel entonces porque no llegaban a entender cómo un simple aparatito, conectado con un alambre, podría suplir la comunicación personal o substituir los recados escritos y hablados que se solían mandar con los niños o los sirvientes en el caso de no poder personalmente hablar con alguien. Pero pese a lo anterior, míster Allen supo cómo venderles la idea, y como también en Colima se había puesto de moda el “estar al día” en cuanto a los avances tecnológicos, la solicitud se atendió, se revisó y concedió, para que fuese operada a partir de 1° de julio de 1882.
Una vez aprobada la propuesta, el promotor se volvió a presentar en Colima durante el mes de octubre en busca de socios capitalistas, vendiendo cada una de sus acciones en la elevada suma de $2,100.00. Misma que, evidentemente, no pudieron aportar sino los más grandes terratenientes y comerciantes de la ciudad.
La compañía se denominó ‘Telefónica Colimense’ y se inauguró el 15 de mayo de 1883, con 20 aparatos de servicio local, figurando como vicepresidente don Ramón R. de la Vega”.
Por aquellos mismos años don Porfirio ya estaba perfectamente encaramado en el poder, y se había dado cuenta que las comunicaciones telefónicas y telegráficas podrían muy bien servir a sus opositores para impedir sus sucesivas reelecciones y, considerando el asunto desde un punto de vista digamos que estratégico, decidió retirar las concesiones a los particulares y fundar una oficina que los controlara, creando en primera instancia, en 1878, la Dirección General de Telégrafos, dependiente de la Secretaría de Fomento. Y posteriormente una similar de teléfonos. De tal modo que en los estados se tuvo que establecer una política similar. Habiendo sido así cómo en 1894 el gobierno del estado construyó y amplió, ya por sus bríos, la línea telefónica hasta las cabeceras municipales de Villa de Álvarez, Comala y pueblos circunvecinos. Inaugurándose este servicio el 1° de febrero de 1894.
La comunicación telefónica, que inició, como dije con sólo 20 aparatos en 1883, se incrementó en 1906, a raíz de que el 30 de noviembre de 1906 se conectó por primera vez el switch de la Compañía Hidroeléctrica de El Remate, para hacer la prueba de las instalaciones que, en lo sucesivo, llevarían la energía eléctrica a la ciudad de Colima. Pero los teléfonos y las llamadas seguían siendo locales, y no fue sino hasta el 11 de febrero de 1932 cuando se estableció el necesarísimo servicio de larga distancia, siendo la nueva propietaria de esa concesión “la Cía. Telefónica y Telegráfica Mexicana, tributaria de la Central de Guadalajara”.
Hoy, a 138 años exactos de haber sido instalado el primer teléfono en nuestra entidad, todo esto que acabo de comentar no son sino simples curiosidades históricas, totalmente rebasadas por cualquier telefonito celular que hasta los niños de primaria llevan hoy a la escuela, sin saber nada de la evolución tecnológica que está detrás de esos aparatitos que para ellos son ya simples y ordinarios juguetes.
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