sábado, 21 de mayo de 2011

Talpa, tercera parte y concluye

Talpa, Abril de 2011
Abelardo Ahumada
El templo, la plaza y el valle, vistos desde El Cerrito


Olga, mi mujer, Miguel, mi cuñado, y uno de mis hijos fueron por mí a Talpa



En el camino aprende uno muchas cosas, no sólo a caminar: aprendí, por ejemplo, que como dijera el poema Desiderata, no debe uno compararse con nadie. Pero el problema fue que al principio, me comparé con los más y menos veloces, aunque al final terminé sabiendo que hubo niños, muchachas, señoras, viejitos, tullidos, cojos y hasta personas con sobrepeso que por el esfuerzo que realizaron resultaron ser tal vez más lentos, pero mucho más fuertes que yo, y dueños de una voluntad más entera.

Otra de las lecciones que el camino a Talpa me impuso fue la necesidad que uno tiene de los demás, y que hay muchas personas de gran calidad humana que, sin regatear esfuerzos sirven desinteresadamente a otras: Lino Lozano Hernández, quien no sólo manejó nuestra camioneta, resultó ser un apoyo indispensabilísimo para el grupo de caminantes, porque es un buen sobador y enderezó tobillos, desbarató nudos musculares, reacomodó tendones y devolvió vértebras a su lugar en el trajín de los poco más de 250 kilómetros recorridos. Y Fidel Pérez Duarte, un amigo del Cerro Grande, resultó ser también excelente cocinero, que nos devolvió las fuerzas con sus guisos rápidamente hechos en un viejo disco de arado.

La cuarta jornada de nuestro peregrinaje inició en San Pedro cuando el inclemente despertador de José Cosío marcó las 2:10 a. m. Levantamos rápidamente el campamento y comenzamos a caminar 45 minutos después.

Con el terreno más o menos llano y la noche fría, el tiempo se prestaba para apresurar el paso y recorrimos nuestras primeras dos horas antes de pasar por Ayutla, donde descansamos poco más de media hora y tomamos café muy caliente con galletas. Cruzamos después por un atravesadero poco antes del amanecer y llegamos a Talpita a las 7:40.

En ese sitio hay una pequeña capilla con una réplica de la Virgen de Talpa, donde todos los peregrinos se detienen cuando menos a persignarse y pedir fuerzas para seguir adelante. Hay varias enramadas en las que sirven comida ranchera y, como la hora se prestaba para almorzar, nos ubicamos en una, encontrándonos con la sorpresa de que las muchachas de la Clínica # 1 del IMSS ya estaban desde un rato antes allí. Platicamos con ellas por primera vez, y en broma nos reclamaron porque la víspera, en la tarde, nuestro amigo Manuel Figueroa según esto las había extraviado, aunque en realidad fue al revés, porque él, por seguirlas, tomó también una vereda equivocada en la que se perdieron más de una hora.

Después de almorzar, las muchachas tomaron la delantera, pero un poco rato después las comenzamos a rebasar, viendo que ya no iban tan giritas como en los dos días anteriores. Al cabo de un rato pasamos junto a la orilla de Cuautla, un bonito pueblo al que no pudimos entrar, que tiene junto a la carretera un monumento ecuestre dedicado, no a un héroe revolucionario ni cosa por el estilo, sino a un tal Cheque Peña, del que me dijeron es un famoso cantante que no tengo el gusto de conocer.

Omar González identificó en ese tramo a varios muchachos de Comala que también iban peregrinando. Unos, delgados, correosos, parecían coyotes siguiendo gallinas, rápidos para caminar; pero iba uno gordito él, que, pobre, llevaba ya los tobillos vendados y aún le faltaba un día y medio de seguir andando.

Cerca de las 11 comenzamos a ver cada vez más cerca un pinar, y a las 11:55 estábamos ingresando a una terracita anexa a una tienda de Tierras Blancas… Sedientos, abrasados por el calor que nos produjo la última trepada, cuatro compañeros llegaron y lo primero que hicieron fue empinarse un par de cervezas cada quien en menos de cinco minutos. Pero eso no hubiera significado nada, de no ser porque en ese establecimiento venden una especie de mezcal que allá le denominan Raicilla, del que se aventaron de sopetón también, como a manera de juego de apuestas para ver quién aguantaba más, dos farolazos tremendos, con el resultado de que unos minutos después los cuatro se habían olvidado de sus dolores y su cansancio, estaban todos alegres y uno de ellos, que tenía sendas ampollas en los pies, estaba brincando descalzo, anestesiado por la Raicilla.

Mientras esperábamos a los últimos compañeros la charla se puso buena y comenzaron a comentar sobre la política y el mal gobierno. Enseguidita llegaron las profesoras y, más atrás, acompasando sus largos pasos a los de su esposa Betty, llegó Chuy Villanueva. El alto y delgado líder sindical aguantó, prudente, un solo farolazo de Raicilla y se negó a beber más porque le quemó el cogote en la medida que el aguardiente se hacía camino al estómago. La discusión se enriqueció con la llegada del panalista, enfrentado a dos panistas y un perredista. Pero no dilató en suspenderse porque el profe Simbad dijo: “Esta es una peregrinación y no un debate”.

Luego los cuatro alegres muchachos comenzaron a cantar hasta que, de repente, uno de los guías y nuestro buen cocinero se levantaron trabajosamente de las mesas y quedaron literalmente noqueados, bajo la sombra de un pino, mientras que el otro guía ampollado comenzaba de nuevo a sentir los dolores, incrementados, supongo, por los pisotones que había dado descalzo.

Sin guías, pues, para seguir adelante y tomar la difícil vereda que nos bajaría de la sierra, el resto tomó  la decisión de seguir a unos peregrinos que parecían conocer la ruta y continuamos descendiendo por la ladera, hasta llegar a un precioso valle que atravesamos con las últimas luces del día; llegando a Volcanes tras de la puesta del sol, luego de 10 horas 15 minutos efectivos de caminar y de 55 kilómetros recorridos.

Un nuevo baño nos reconstituyó y cada quien fue a cenar donde quiso, pero los cuatro intoxicados no parecían tener la suerte a su favor, pues unos estaban temblando y dos de ellos tuvieron incluso que ir al Centro de Salud, donde aprovecharon para que la doctora les curara las ampollas. Decretando la facultativa que al menos el capitán Mejía no debería caminar mañana.

La plática colorida, un vientecillo fresco y ligero, y el agrado de saber que ya llevábamos cuatro quintas partes del recorrido nos mantuvieron despiertos hasta las 11 de la noche. De manera que pasaron muy rápidas las únicas tres horas que pudimos dormir, porque a las 2:50 ya íbamos enfilándonos hacia el famoso Cerro de La Campana, llevando chamarras para combatir el frío.

En medio de la noche estrellada una lejana lucecita en el cerro marcaba el rumbo a seguir en cuanto nos desprendimos de la carretera. Atravesamos con la Luna encima por unos anchurosos potreros llenos de ganado fino y, para mi sorpresa, la luz en cuestión era la de una especie de fonda ubicada en plena ladera del cerro, que aún a esas horas daba servicio. Nos detuvimos allí sólo el tiempo justo para tomar un atole con un tamal y seguimos adelante, subiendo con enorme dificultad por una angosta vereda el empinado Cerro de La Campana, hasta llegar a un crucero de la carretera que viene de Ameca, donde nos encontramos al entrenador de las muchachas del IMSS, quien nos dijo que éstas ya iban adelante, y a las que por cierto ya no volvimos a ver ni alcanzar.

Hacía mucho frío allá arriba, pero luego comenzamos a descender por otra vereda entre pinos y encinos, durando en ella desde las 5:10 hasta las 8:05 de la quinta mañana.

En ese trayecto vi dos eventos que me conmovieron: el primero fue, aunque natural, realmente asombroso: vimos a la Luna llena a punto ya de ocultarse en un cerro del poniente, situada en el mismo nivel horizontal que el Sol que surgía tras otro cerro por el oriente, ambos aparentando tener el mismo tamaño y una luminosidad similar. Uno espectáculo que duró apenas unos tres minutos, en tanto que la Luna se ocultó por completo.

El segundo evento fue hondamente humano: se trataba de un indígena chaparrito, que sólo con su alma y sin linterna iba muy lenta y trabajosamente bajando por la misma vereda, con una sola pierna y apoyado en muletas. Nuestro cansancio y nuestros dolores cesaron allí, al ver a ese hombre de gran voluntad que iba realizando tan gigantesco esfuerzo para ir a ver a la Virgen.

5a. Jornada, amanecer en Jacales.
Desayunamos en un bonito sitio llamado Jacales, que tiene muchos espacios para comer en ambos lados de la carretera: cecina, frijolitos fritos, jocoque, tortillas recién hechas en el comal, un café y un jugo de guayaba fue el banquete mañanero que todos disfrutamos; aparte de una breve siesta de 40 minutos.
Almuerzo en Jacales

La parte final del recorrido es, puedo decirlo, sencillamente espectacular: se trata de que los peregrinos (de a pie, aunque redunde) van en su mayoría por la antigua brecha que durante siglos se utilizó para trasladarse a Talpa. Es un camino de tierra roja, barrial, lleno de antiguos ranchos de muros de ladrillo y teja, con grandes portales y corredores paralelos al camino. Hay muchas tierras ricas para la ganadería y la agricultura, y los cerros aún tienen muchos pinos a la vista, aunque no tantos como conocí en mi primer viaje de niño.

Segunda vez que rebasamos al hombre de las muletas

Como a las 11:30 volvimos a rebasar al hombre de las muletas, y me pareció increíble verlo seguir adelante. Deduciendo que no descansó ni siquiera unos 15 minutos mientras nosotros dormíamos la siesta en Jacales.

En Chan Rey nos encontramos con Nabor, Samuel y otros profes amigos
Llegamos a Chan Rey, punto de nuestro último descanso, a las 12:51, y nos introdujimos bajo una arboleda integrada por pinos, pinabetes y uno que otro eucalipto, al bordo de la carretera. Ahí nos encontramos con otro pequeño grupo de compañeros profesores colimotes que nos habían alcanzado la víspera en Tierras Blancas: mis dos buenos amigos Nabor Torres Osorio y Samuel Solorio Cervantes (llenos de ampollas sus pies en su también primer peregrinaje a Talpa), y a Oscar Bulmaro López Salazar y Rogelio Cárdenas García, a quienes hasta ese momento no había tenido el gusto de conocer.


Como a las 5, en Tierras Coloradas, rebasamos por tercera vez al hombre de las muletas

Ellos se fueron a concluir su viaje hacia las tres de la tarde. Nosotros a las cuatro, atravesando primero por un amplio valle, y  subiendo después el último cerro antes de llegar a Tierras Coloradas, donde, ¡oh sorpresa otra vez!, volvimos a rebasar a Luis Rodríguez Torres (el de las muletas), a quien le pedí permiso para tomarle una foto: “Soy de un pueblo cercano a Guadalajara - me dijo cuando le pregunté- ; pero vivo en la ciudad, en el barrio de San Juan Bosco… Hace once años me cayó un arado en mi pie izquierdo, pero con el tiempo pareció curarse y volví a caminar más o menos bien… Hace seis mi madre se enfermó gravemente de las dos piernas y entonces yo le hice una promesa a la Virgen de Talpa: ‘Si mi madre se cura yo te voy a ir a visitar cinco años seguidos para Semana Santa’... Mi madre se curó, y pude venir cuatro veces al hilo, pero hace año y medio mi pierna izquierda se me echó a perder, me la tuvieron que cortar y, mira, ahora vengo a pagar la última parte de mi manda con un solo pie”. Yo debo confesar que me despedí de él conteniendo a duras penas el llanto.

A las 4 de quinto día sólo nos faltaba cruzar este valle


A las 6 con 18 vimos a Talpa desde La Cruz del Romero

Terminamos de subir hasta la famosísima Cruz del Romero a las 18:18 exactas. Nos tomamos unas cocacolas y unos gatorades allí, mientras que, plenamente eufóricos, contemplábamos a unos poquitos kilómetros ya, al pueblo de Talpa, allá abajo, en el valle.

El martes entramos juntos al templo a las 9 con 40

Quince minutos de descanso e iniciamos el descenso final, hasta llegar al arco casi triunfal de entrada a las 19:25, donde esperamos casi hora y media el arribo de los últimos compañeros, entrando juntos al templo a las 21:40, tras contratar un mariachi con el que le dedicamos tres bonitas canciones a la Virgen, con el corazón pleno de alegría, agradecimiento y no sé qué tantas emociones más.
El templo de talpa al amanecer


Talpa, calle principal




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