Noé GUERRA PIMENTEL*
Centurias atrás la producción salinera se destinaba al consumo humano y para alimentar ganado, curtir pieles, salar carnes rojas y de pescado, y para secarlas como conservador. Fue durante la década de 1560 cuando aquel, aún menospreciado producto adquirió relevancia hasta convertirse en uno de los principales motores económicos, al descubrir su aprovechamiento en la mejora del proceso de amalgama y limpieza de la plata extraída de las minas de la Nueva España como las de Zacatecas, Guanajuato, Querétaro, Durango y San Luis Potosí. Las más importantes salitreras colimenses de sur a norte eran: Caimanes y Carrizal (Chupadero), Las Manzanillas y Cuautecomatlan- Lo de Vega (Ahijadero), Ichan-Tecuani (Tecuanillo); Guasango, Petlazoneca, y Tecpa (Real de Salinas de San Pantaleón, hoy El Real-Boca de Pascuales); ante los constantes meteoros, todas desaparecidas al final del mil ochocientos, sobreviviendo las ya disminuidas de Cuyutlán, las mejores por su pronto cuajo y crecido grano.
El primer propietario español de esta región fue, según la nómina de vecinos y pueblos de Colima de 1532, Don Gonzalo de Talavera, el que habiendo participado en la toma de Tenochtitlan y las guerras de conquista de Mechoacán y Colima recibió a cambio, en encomienda, los pueblos de la provincia de Tepetitango, de la que el pueblo de Coyutlan formaba parte. Antes de mediar el siglo, los pueblos de Tepetitango habían sido puestos a “cabeza de rey”. El Visitador y Oidor de la Nueva España, Lorenzo Lebrón de Quiñónez, de octubre de 1551 a febrero de 1554 levantó su Relación Breve y Sumaria, publicada el 10 de septiembre. En ella se refiere a Cuyutlán, como: famoso balneario de mar abierto, productor importante de sal. Hacía finales del siglo XVI o principios del XVII, Alcalá vendió su parte al capitán Rodrigo de Brizuela. Más tarde, el mismo Brizuela casó en segundas nupcias con la hija de Fernández de Tene, Doña Leonor Barroso, a quien el padre dotó de 100 000 ducados de oro, parte en bienes que incluían salitrales de Cuyutlán. De esta manera, Rodrigo resultó poseedor de la mayor parte de las salinas. En 1600, el virrey Gaspar de Zúñiga y Quevedo otorgó una Merced a la Villa de Colima, misma con la que en 1734 el Cabildo entabló juicio contra Brizuela por derechos de explotación de “las Salitreras y pozos de sal” de la laguna.
Al morir Brizuela, refiriéndose a las salinas de Cuyutlán, dejó escrito en su testamento de 1653 que: “de ninguna manera y bajo ningún pretexto se podrán vender hasta que sus cuatro hijos tuvieran edad para administrarlas por sí mismos. La responsabilidad recayó en el mayor, Nicolás, quién la heredó a su hijo Bartolomé, ya de la tercera generación Brizuela, quien incrementó el patrimonio de la familia. Bartolomé de Brizuela falleció en 1764, dejando a sus herederos valiosas propiedades igual que deudas. El 27de junio de 1767 el Rey de España, Carlos III, y Carlos Francisco de Croix -Marqués de Croix- Virrey de la Nueva España, decretaron la expulsión de los miembros de la orden de Jesús radicados en los Reinos de Castilla, con lo que todos sus bienes como “confiscados” pasaron al poder de la Corona. En 1779 el Consulado encontró como postor al Conde de Regla, Pedro Romero de Terreros, el más acaudalado de la Nueva España.
El Conde compró todo. Fue testigo de la entrega Bernabé Riaza y Velasco. El Albacea testamentario de Don Bartolomé fue su hijo Anastasio Brizuela, el 16 de enero de 1781. El Conde de Regla Falleció a los pocos meses, quedó como propietaria doña María Ignacia Romero de Terreros. En 1807 tomó posesión Dolores Romero de Terreros, Marquesa de Herrera; quien recibió, entre otras, las Haciendas Cuyutlán, Armería y Coalata. Quien se entendió de su vasta propiedad, fue el Capitán Español Francisco Guerrero del Espinal. El Ayuntamiento retomó el viejo litigio por los derechos de la laguna de Cuyutlán. Don José María Verduzco, representante de Los Terreros en Colima, aconsejó que era preferible arrendar todo. Hasta 1832 se consumó el alquiler y venta de una parte en pugna.
La Laguna de Cuyutlán es la más extensa de la entidad, con aproximadamente 50 kilómetros de longitud por unos 3 de ancho, vaso lacustre rico en fauna y flora, además de su producción salinera. A mediados del siglo XIX, una docena de propietarios de pozos salineros dan testimonio de lo anterior, entre ellos, los hijos del tataranieto del fundador: Rodrigo de Brizuela, Basilio y Herculano Brizuela. Manuel de la Pedreguera Romero de Terreros fue el último de los herederos del conde, para perder la posesión en 1866, aunque dos años adelante la recuperó, vendiéndola con todo y salinas en 1873 a una compañía que estaba formada por José Parra Alvarez, Pascasio López, Ernesto Ulrrick, Francisco Santa Cruz Escobosa e Ignacio Ramos. Mediante escritura del 29 de octubre. Al desaparecer, cinco años más tarde, la sociedad, según el Reg. Púb. de la Prop. y el Com. de Colima, quedaron como únicos dueños José Parra Alvarez y Pascasio López, cada uno con el 50% de la propiedad que se ubicaba en inmediaciones de Cuyutlán y Manzanillo; no se tiene la medida superficial, pero de común acuerdo reconocían los siguientes linderos:
Al ORIENTE: Con terrenos de Paso del Río, propiedad de Ángel Martínez hasta Boca de Pascuales, río Armería de por medio, dando vuelta por la playa del mar hasta las boquillas de La Laguna de Cuyutlán, donde comienza el lindero. AL SUR: Con tierras salitrosas y montosas de La Hacienda de Cuyutlán, propiedad del Gobernador Francisco Santa Cruz Escobosa, continuando por el Paso de la Cruz hasta Cuyutlancillo, de donde sigue siendo el lindero la margen norte de la Laguna de Cuyutlán y termina en el puerto de Manzanillo en el punto llamado Punta del Rebaje. AL PONIENTE: Con terrenos de Manzanillo y Miraflores. Al NORTE: Comenzando de oriente, linda con tierras de Martín Alonso, propiedad de Ángel Martínez, ranchos de Tescaltitán y el Tecuán, propiedad de los herederos de D. Francisco Pérez, para continuar lindando con terrenos de la Fundición y terminar al límite con tierras de Miraflores, pertenecientes a D. Carlos Meillón.
José Parra vendió su parte, el 50% del total de la superficie y derechos de esta hacienda a Ponciano Ruiz, vecino de Manzanillo; quedando inscrita la operación en el Registro Público de la Propiedad y del Comercio de la Ciudad de Colima con No. 13 a fojas 24 vuelta, Libro I, el 20 de octubre de 1879. Poco después Francisco Santa Cruz se hizo del total de la propiedad y, a su vez, la heredó a la señora Clemencia Ceballos, su viuda desde el 9 de mayo de 1902. En 1917 renació el conflicto sobre las posesiones de Cuyutlán al decretarse por el general Juan José Ríos, la expropiación de la Hacienda de Cuyutlán y, una vez más su entrega al ayuntamiento de Colima. Francisco Santa Cruz protestó y el decreto fue revocado otra vez. En 1919 el presidente Carranza declaró “propiedad de la Nación” a las salinas de Cuyutlán.
Fue el reparto agrario el que marcó el progreso de esta planicie costera y con ello la desaparición del latifundio. Primero se fundaron los ejidos Cuyutlán –dotado el 28 de febrero de 1925 de 1,440 hectáreas- el Nuevo Cuyutlán, que data de 1959. Fue en 1925 cuando el gobierno federal otorgó a la Sociedad Cooperativa de Salineros de Colima la primera concesión para la explotación de las salinas de la laguna de Cuyutlán, renovada y hecha definitiva en mayo de 1928. Lo que la convierte en la Cooperativa de producción con mayor antigüedad en el país. Una bodega del siglo antepasado, se acondicionó museográficamente en 1995 para presentar a escala, todo el proceso de producción de sal, así como fotografías de personajes de la época que evocan el esplendoroso pasado del lugar.
Malo que el secretario de Fomento Económico, Ignacio Peralta Sánchez, con desconocimiento y total indiferencia deje a su buena suerte a este sector tan importante como lo es el de los salineros de Cuyutlán, que con escasa infraestructura, sin seguridad, sin capacitación ni asesoría oficial, se las ingenian como pueden, primero para producir y luego para poder colocar su producto, enfrentando las peores condiciones en mercados tan competidos como el de Estados Unidos. Además de dejarlos en la absoluta indefensión ante competidores agresivos y desleales como los productores salineros de Yucatán, quienes ante la falta de una política económica real en la entidad, andan haciendo de las suyas ofertando y sorprendiendo a los empresarios locales con una sal de ínfima calidad comparada con la nuestro. Por ello, es un verdadero logro que cosecharan en esta zafra más de veinte mil toneladas y que parte de la misma, con sus propios medios la colocaran en el mercado gringo, además de la que ya se vende en entidades vecinas como Guanajuato, Jalisco, Michoacán y Zacatecas.
*El Autor es el Cronista Municipal Vitalicio de Armería. Presidente de la Asociación de Cronistas de Pueblos y Ciudades del Estado de Colima, A.C, y miembro de la Sociedad Colimense de Estudios Históricos.
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